“Al humor nunca se lo toma como algo serio”
Es dibujante, diseñador e incluso escritor. Pero él prefiere definirse como “músico”. El Negro habla del humor como cosa prohibida de la historia, de su exaltación de lo femenino y de su nuevo –y para él inesperado– despertar de la conciencia política.
Dice que diarios casi no lee, salvo algunas pocas páginas en la red. Dice que para informarse le alcanza con el televisor clavado en Telesur, la cadena de noticias latinoamericana en cuyo elenco brilla su favorito: el periodista Walter Martínez, el Tuerto: “Maravilloso, es un maestro total. Lo suyo no son informes sino lecciones: de historia, geografía, topografía...”, se entusiasma. Con la mayoría de las fuentes de noticias de la Argentina está peleado: “Se viene publicando tanta falsa información, que hasta a veces confío más en la BBC”. Cuando se le hace notar que Beatriz Sarlo también alabó la señal inglesa durante su visita a 6-7-8, se sorprende (no se acordaba) y larga la carcajada: “¡Bórrenme eso, entonces!”.
- Horacio “Negro” Fontova tiene 64 años y durante los últimos cuarenta se ha hecho llamar, en fila, General Fontova (por la primera acepción de este término en el Diccionario de la Real Academia Española: general: común a todas las cosas); Reverendo Fontova (1985: “Creo que ahora tengo más competencia entre reverendos que entre generales”); y otra vez General para su postulación mediática en el estadio Obras Sanitarias con miras a un Fontova Presidente (1988), época durante la cual, sin embargo, conservó a sus ínclitos asesores eclesiásticos: el Cardenal Caloide y el Capellán Cartier.
Ahora es otro tipo. “Ahora soy El Nigger, y así firmo mis correos electrónicos. Me gusta esa palabra norteamericana despectiva, que para mí es revitalizadora. Acá no tiene el mismo valor: acá están ‘los negros de mierda...’ (sonríe). Hay un blog espectacular de un colectivo político cultural que se llama así: Negros de Mierda (http://lapopulartambien.blogspot.com/), a quienes les mando mis saludos”.
–En lo “General”, usted terminó siendo común a casi todo: es músico, compositor, cantante, actor de cine, de televisión y de teatro, diseñador gráfico, ilustrador, dibujante y ahora también escritor (en 2005 se editó Témpera Mental, un libro de cuentos, y trabaja en el siguiente: Humano 0 Humano)... Nadie sabría por dónde comenzar. ¿Por dónde comenzaría usted?
–Yo soy músico, ahí arranco; ésa es mi raíz. Cuando terminé el Pellegrini –algunos ex compañeros amigos ahora son neurólogos o economistas (sonríe) y vienen a visitar al “negrito quilombero”– y después de hacer la colimba, entré en la Escuela Belgrano de Bellas Artes; por eso llegué a director de arte de El Expreso Imaginario. Pero antes ya había sido guitarrista de Patada de Mosca y luego vinieron Expreso Zambomba y Edy y La Foca, y mi café concert con parrilla: El Goce Pagano (en Córdoba y Fitz Roy, que ya no existe) y lo que ya todos saben después. Yo soy músico.
- Lo que “todos saben después” podría empezar a contarse ahora y terminaría de contarse en Navidad. Fontova fue personaje señero del rock y la música popular subterráneos de fines de la dictadura e icono sarcástico del resto de los ’80, pero su talento partió en mil diagonales creativas. En 2004, por ejemplo, se largó a hacer zarzuela en el teatro Avenida (La corte de faraón, en su momento prohibida por Franco en España: “Es que José, el personaje bíblico, tenía una garompa que todas las egipcias se lo querían comer crudo... Claudio Gallardou supo que me crié con el canto lírico y me llamó: ‘¡Esto lo tenés que hacer vos!’, me dijo. Y hacer una zarzuela o una ópera no es joda, porque tenés que cantar a viva voce, con una sinfónica y sin micrófono...”).
Y Fontova hizo de José. También reemplazó a Daniel Rabinovich en la gira española de Les Luthiers (Grandes hitos). Hizo un programa de radio junto a Pedro Saborido y Coco Sily en La Red: Código de barras, por el que ganó su segundo Martín Fierro (el primero lo había obtenido por su trabajo televisivo con Jorge Guinzburg).
- Con casi una decena de discos editados y otros tantos trabajos en pantalla chica (que suman casi una veintena con su labor actual o en progreso en cine) y décadas de historia musical, hace un par de años dedicó cinco meses al tranquilo escenario de Clásica y Moderna, en la Ciudad de Buenos Aires. (“Me mandé al toro yo solo, con la violita. Y fue otra cosa. Ahí no hubo estilo que valiera: fue todo. Canciones italianas, canciones antiguas españolas, folklore, rocanrol, blues, jazz; lo que se me cantara”) Algunas de todas estas cosas (incluso los textos inéditos de su nuevo libro) están en su blog COMANDO AMELIA (“por Amelia Vence”).
No le importa que se puedan copiar o bajar. “No tengo ninguna compañía, soy independiente”, dice. Lo más reciente fue 2004: Negro, y lo demás que hace ahora “son gustos, que no tienen continuidad, como actuar” (“No podría ahora hacer una obra de teatro, que me demandaría los mismos días que tocar”). 2004: Negro tuvo como invitados a, entre otros, León Gieco, Skay Beilinson, Lito Vitale, Peteco Carabajal, Liliana Herrero, Martín González, Esteban Morgado, Daniel Melingo, Liliana Vitale, Daniel Maza, Gerardo Gardelín, Martin Bianchedi, Juan Belvis, Hugo Newman y Lalo Mir. “Y después lo presentamos en el teatro Alvear, a cinco pesos la entrada... (carcajada). ¡Eso sí que es lindo, tomá!” Lo que sigue será Extracto de Fontova, espectáculo con pronta fecha de estreno.
–En su caso, nunca hubo resistencia ni compromiso sin humor. ¿Por qué?
–Porque mi vida es así. Se ve que hay una composición genética que me obliga a buscarle a todo la vuelta del humor: el humor es vasodilatador. Como me dijo una vez un gaucho: “¡Negro, si no te reís, morís!”. Obviamente que no soy un tarado que se ríe de todo, porque hay cosas que me ponen muy triste y me agarran unas depresiones de la hostia. Pero fíjese que el humor es algo tan prohibido en la historia de la humanidad que cualquiera puede encontrar historia de lo que se le dé la gana: de las polleras, de las peinetas, de boludeces; pero no existe la historia del humor, y estoy seguro de que también los caldeos deben de haberse cagado de risa. Pero no existe una historia del humor, y cuando hace un par de años hice una serie de Café Cultura, dirigida por Pepe Nun –unas charlas llamadas “El sistema y el humor”– hablábamos de que, curiosamente, al humor no se lo toma como algo “serio”, valga la paradoja. Pero es muy serio el humor.
–También está el club de “los ofendidos por el humor”.
–Y, sí, a mucha gente el humor la ofende. Pero no la tengo en cuenta: no pueden ser mis amigos. Heredé el humor de mi madre, quien fue el personaje más loco que conocí en mi vida: María. Cuando yo tenía 10 años, mi viejo, que era un salteño duro, un bajo lírico que hablaba todo así (pega el mentón al cuello) me quería llevar al dentista... y no había forma. Terminó llevándome mamá, pero en la esquina le dije: “No, no voy a entrar”. Y mi vieja replicó: “Ah, ¿no vas a entrar?” Y en plena tarde, en Barrio Norte, se levantó la pollera en la vereda, se agarró la cholga, y gritó a la gente: “¡¡Señor, mireeee...!!”. Y yo: “¡Mamá, qué hacés! ¡¡Entremos ya!!” (risas). Impresionante, lo que me hizo hacer. En enero había que prepararse para los Reyes Magos y la “alimentación” de los camellos: los fardos de pasto, los baldes de agua... Y el Día de Reyes yo encontraba mis regalos junto con restos de pasto; baldes vacíos volcados, secos, y bosta... ¡por lo cual no me quedaban dudas de que por ahí habían pasado los camellos! Como vivíamos cerca de plaza Lavalle, que por entonces estaba llena de mateos... ¡ella traía bosta de la plaza y llenaba el living con bosta! Mi vieja fue lo más importante de mi vida.
–Por cierto, una recurrente en usted es una valoración suprema de lo femenino.
–(Se ríe.) Sonia Braguetti, sí... (Peor es nada, 1989). Menos mal que no llego a desbarrancarme en la grosería. Pero es cierto. La alabanza de lo femenino, por empezar, es la alabanza a mi vieja. Y después, por ejemplo, el Tío Cucurucho, el hermano de mi mamá: José María, un musicólogo muy serio abocado al compositor brasileño (Heitor) Villa-Lobos: era gay, al igual que su secretario Reinaldo, estudioso de Beethoven. Pero no eran “Carmen Miranda”; eran tipo Dick Bogard en Muerte en Venecia, “señores” putos. Y cuando mis viejos no me podían llevar al zoológico, me llevaba Reinaldo. Eso siempre fue algo muy natural para mí, desde niño. Soy heterosexual, pero desde niño siempre vi la homosexualidad como una alternativa más de esta vida. Y siempre me gustó hacerme el trolo (Eleva la voz para que escuche Gabi, su compañera). “¡Señora, ¿quién lava los platos acá?!”
–Disculpe, pero lavar los platos no es “de trolo”.
–No, es que no soy yo quien los lava: lava “Delia”. Delia tiene su vida, su marido Beto...
–Y está Clarita, su guitarra.
–Ahí está (señala una criolla reposando sobre su estuche). Con Gabi la saludamos antes de irnos a dormir, y le damos un beso. Para mí la mujer fue todo lo contrario de lo que la significó el sistema humano: siempre se la denostó, el Concilio de Trento llegó a decir que la mujer era un ser inferior, y para mí es todo lo contrario: ¡andá a bancarte que te salga una persona de adentro por la ura!
–Usted utilizó la “ura” (su peculiar traducción de una expresión santiagueña, aplicada al órgano sexual de la mujer) como emblema de su “campaña electoral” de los ’80. Y resulta que conseguimos una Presidenta mujer... ¿Visionario?
–(Risas.) Es la primera vez en mi vida que siento un compromiso político. Y es con los Kirchner. Siempre fui un descreído que estudiaba a Mijail Bakunin: “El anarquista colabora, pero no obedece...” Sin embargo, acá se dio algo que a muchos nos despertó la conciencia política por primera vez en nuestras vidas, y ya de grandes. ¿Qué pasó? No sé. Pero creo que a los pibes les sucede lo mismo: la buena juventud es más pila; la conciencia social de la buena juventud es maravillosa. Analizando la cuestión: está Cristina, ¿y después qué hay? Nada. No hay alternativa. Sin embargo, por primera vez no votaremos al mal menor, sino al bien prometedor, con logros muy claros.
–¿A qué le tiene miedo?
–A la mala justicia que condena a inocentes y absuelve culpables y a la vieja inseguridad de toda la vida... no a la exageradamente inventada en los últimos tiempos.
Una especie de chamán
Es la segunda vez que Horacio Fontova trabaja con el director Fernando Spiner.
En Aballay, el hombre sin miedo (estrenada el jueves pasado en Buenos Aires), el Negro personifica a El Cordobés.
“Es como una de las viejas historias gauchescas de cuchilleros –cuenta–, pero más bien resulta un western de acción, rodado en paisajes maravillosos –Amaicha, Tucumán– que serían la envidia de John Ford. Pablo Cedrón, el personaje principal, es un actorazo. Yo hago de una especie de chamán, con todas mis lanas sueltas... Es un verdadero placer trabajar con Fernando; llevó a pasear esta película por Europa y se ganó bastantes premios. Creo que a la gente de acá le va a gustar mucho, porque es un cine absolutamente nuevo. Hacía falta”.
Fontova está trabajando en dos nuevos proyectos: Metegol, de Juan José Campanella, película basada en “Memorias de un wing derecho”, cuento de Roberto Fontanarrosa, y Anima Buenos Aires, un largometraje de animación de varios artistas producido por Caloi en su tinta.
Pero hay más: el Negro es padrino del Centro Cultural de Atlanta.