Arturo Bonín y Susana Cart, en una charla reflexiva con Carla Czudnowsky, hacen un recorrido histórico por la historia del teatro como forma de resistencia durante los años de la dictadura. Y hablan de su compromiso con la comunidad,su carrera y su trabajo en Teatro por la Identidad.
Arturo Bonín es reconocido por ser un tipo comprometido. Un militante desde la cultura. Un ocupado y preocupado por “hacer obra”, y no sólo de teatro. Inquieto y autogestor de proyectos varios. Amén de tener que cumplir con las obligaciones económicas como todos, siempre intenta elegir “proyectos nutritivos” para sí y la sociedad. Hizo tanto cine como teatro. Viene de interpretar, nada más y nada menos, que al político radical Arturo Illia. Y en televisión ha participado de ciclos míticos como Yo fui testigo y, más recientemente, Televisión por la Identidad y Vidas robadas . Además, desde hace diez años, forma parte del proyecto Teatro por la Identidad, junto a su mujer la actriz Susana Cart.
Tiene en su haber 44 años de oficio. En 1959 arrancó en Villa Ballester con sus primeras clases de teatro, con 16 años y mientras estudiaba para químico de la alimentación. Fue literalmente “arrastrado”, hay que decirlo, no por una irrefrenable pulsión creativa ni una desmedida necesidad de expresarse, sino porque su amigo del barrio, Rody Tevez, le aseguró que en el curso “había un montón de minas”.
“Y sí. Porque quería levantar minas, no había otra alternativa... pero tengo que decir que se me partió la cabeza. Descubrí otro mundo. Otras cosas.”
–¿Tus viejos tenían algo que ver con el arte? ¿Qué opinaban?
–Mi viejo era colectivero, mi vieja ama de casa. Al principio, mientras estudiaba, todo bien. Pero cuando le fui a plantear a mi viejo que yo quería dejar Química para estudiar otra cosa, me dijo: “¿Lo que quieras, mientras estudies yo te banco, no hay ningún problema…” Cuando le respondí “teatro”, me llevó al médico ( risas).
–¿Buscando qué?
–Yo, a esta altura del partido sospecho que deseaba que hubiese algún problema, escuchar: “Tu hijo es trolo”. Porque estudiar teatro era una cosa rara…
–Si hacías danza, directamente te mataban. Ni llegabas al médico.
–Creo que no me hubiese animado a decirle. Me cagaba a trompadas. Pero me llevó al médico y el médico le dijo: “Es normal, quiere hacer teatro, nada más”.
–Le tendría que haber agregado: “Puede ser que sea zurdito” ( risas).
–Mi viejo ero filocomunista. Se había afiliado al PC en algún momento. Entonces, por ese lado, es como que mucho no le hubiera desentonado.
–Quizás de ahí te vino ese gen tuyo...
–Puede ser, pero mi vieja era bien gorila. Yo los domingos iba a ver los partidos de fútbol en la tele de la unidad básica. Tenía unos 12 años y me acuerdo que ponían una tribuna de madera para la gente y había un televisor en blanco y negro. Y mi vieja me preguntaba: “¿Adónde vas?”. “Voy a ver el partido a la unidad básica”, le respondía y me decía: “No hables con nadie” ( risas). ¡Imaginate!: ¡No hables con nadie! ¡A ver si todavía me afiliaban!
–¿Y con quiénes estudiaste?
–Yo nunca tomé clases de teatro. Cuando lo hice, fue en el contexto de un seminario de un grupo que llamó a un profesor. Pero nunca fui a una escuela ni me inscribí en ningún curso. No, no le puedo echar la culpa a nadie ( risas).
–Durante los años ’70, en la dictadura, los grupos de teatro independientes estaban muy vinculados al compromiso social, al trabajo comunitario y muchos, incluso, estaban politizados. A vos, en el medio actoral, se te identifica como un tipo “comprometido”. ¿Cuándo aparece ese compromiso?
–Yo descubrí que el teatro es un hecho colectivo y solidario. Esto es lo que yo trato de imponer, o de ponerle en la cabeza a los que se acercan y me preguntan si doy clases. Cuando te sumás a un grupo de trabajo, ves que el crecimiento se hace real a partir de la dinámica grupal. Trasladalo a la vida cotidiana: no podés no escuchar al otro, no prestarle el oído. Creo que el teatro tendría que ser una materia obligatoria en los colegios para estimular este tipo de cosas. Porque en las sociedades donde el individualismo y la actitud autista están primando, desaparece el hombre. Te transformás en una maquinita, en un hecho casi onanista. Y yo creo que el teatro tiene que ver con lo orgiástico y no con lo onanístico.
–Te cambio de tema. Hablemos de la resistencia desde el teatro durante la dictadura. De la experiencia de Teatro Abierto, un espacio donde se podía hablar de las cosas que estaban pasando...
–Y que no se podían decir tal vez públicamente.Yo venía del teatro independiente. Había formado parte muchos años con Susana (Cart, su mujer) del grupo Teatro del Centro, en los años ’73 y ’74 . Tenían un origen común con Teatro Abierto. Igual que el Payró, La Fábula y el Nuevo Teatro. En ese momento, Balbín dijo que “Teatro Abierto fue una multipartidaria antes de la primera multipartidaria”. Fue la posibilidad de pensar que la unión hace la fuerza. Fue la posibilidad de pensar que ya se había llegado a un punto que era intolerable que una casta de hijos de puta, borrachos al servicio de intereses económicos multinacionales, nos estuviesen manejando. Entonces, la única forma de arrancar con esto, era la queja. Y creo que arrancó como una queja y una crítica a la realidad, y como un llamado a la reflexión a todos nosotros.
Al hacer teatro político, para decirlo de alguna manera, estábamos más en contacto con la realidad. Hemos tenido compañeros desaparecidos, compañeros de nuestro teatro que fueron secuestrados por la policía.
–Hubo un momento de listas negras, fue el momento de los perseguidos por la Triple A, de la bomba en el Teatro Estrella, donde ahora creo que está el canal Crónica. ¿Esto ocurría al mismo tiempo?
–Era al mismo tiempo, era al unísono…
–Y a los que iban a buscar, a los que desaparecían, ¿era por su compromiso político o simplemente por la movida cultural y lo que eso implicaba en la sociedad?
–Yo creo que había varios elementos. En una época era más peligrosa una máquina de escribir que una ametralladora. Un anónimo o un comentario desafortunado o intencionado de alguien podía llegar a algún lugar, y esa persona era chupada y desaparecida.
–¿Tenías miedo en ese momento?
–No nos dábamos cuenta. Seguramente sí tenía miedo. Pero ¿qué íbamos a hacer? ¿Me iba a quedar en mi casa y no salir a la calle? Porque si dejás que el miedo te gane, no hacés teatro, ni hacés nada.
–¿Había una militancia desde la cultura?
–Exactamente. Esa era la idea. Porque además, y esto es lo que a mí me preocupa desde algún lugar, ¿cómo podría colaborar yo en algo que me trascienda, que me exceda en forma ampulosa, para el bien común? Entonces si desde lo que sé hacer, puedo propender el bien común, ahí es donde me pongo. Por eso estoy en Teatro por la Identidad, yo no podría estar en un partido y ser dirigente político.
En esta iniciativa impulsada por Abuelas de Plaza de Mayo, Bonín ya cumplió diez años trabajando con su mujer, la actriz Susana Cart. Él es colaborador y ella pertenece a la Comisión.
Ambos están juntos hace 30 años gracias a lo que ellos denominan “la decisión política de vivir juntos”. Además comparten, entre otras cosas, proyectos teatrales que autogestionan y llevan adelante. Tal es el caso de la obra Hasta que la vida nos separe , que presentarán en 90 pueblos de una veintena de provincias argentinas.
A esta altura de la charla, Cart se sumó para hablar de su trabajo conjunto.
–¿Cómo fue que se incorporaron a Teatro por la Identidad?
Arturo Bonin: –Nos invitó Daniel Fanego, quien ya venía trabajando en esto, a ver un espectáculo que dirigía, llamado A propósito de la duda . Poco después, nos convocó a una reunión en el Teatro El Nudo. Íbamos en el auto y Susana me dijo: “Yo sé que Fanego nos va a pedir que integremos la Comisión”. Y le respondí: “Ni pienso”, a lo que ella me contestó: “Yo tampoco”.
–Pero, ¿vos no estás hoy en la Comisión?
Susana Cart: –¡Sí!. Mentí. Iba a aceptar ( risas).
A.B.: –Me mató. Me moría de risa yo…
–¿Cuáles son los objetivos de Teatro por la Identidad?
A.B.: –Recuperar gente, servir para que alguien que haya vivido en la mentira, pueda darse cuenta de que lo estaban estafando. Es muy duro, es muy doloroso, nosotros tenemos nietos recuperados que son amigos nuestros. Y, además, son hijos de una generación diezmada… de mi generación. Y poder colaborar para recuperar a los hijos de aquellos que hoy no están, algunos de ellos amigos míos, es muy fuerte…
S.C.: –Además uno pasó muchos años muy asustado. No podías hablar con cualquiera porque no sabías quién era quién. Y creo que esto es reivindicatorio. Aparte, es como utilizar la profesión no solamente para entretener o para vivir –que es muy importante–, sino para prestar un servicio.
El planteo que nos hicimos al sumarnos a Teatro por la Identidad, desde un principio, es que nosotros no hacíamos discurso político. Eso se lo dejábamos a las Abuelas. Nuestra única herramienta era el teatro. Y nuestra llegada a los jóvenes, en ese momento de 18 a 25 años y ahora ya adultos, tenía que ser desde otro lugar: desde la emoción, de las ideas, de provocar identificación.
–¿Cómo funciona exactamente?
A.B.: –La clave es la duda. Generarla. Acercar elementos que funcionen como disparadores. Algo así como: “A ver, esto que me está pasando a mí, ¿con qué lo puedo juntar?”. Eso que le está pasando, lo tiene en un lugar instalado, lo coteja con el otro. “¿A vos te pasa lo mismo?” “Sí”. Entonces, por acá es la cosa.
S.C.: –En el 2000, la temática era la contención directa. Después ampliamos la propuesta y el tema pasó a ser “la identidad”. Porque si no, era demasiado acotado y, además, así le damos al autor de las obras una mayor posibilidad de crear un material más rico.
Todos los años vienen 5.000 personas a Teatro por la Identidad, y la pregunta en algún momento fue: “¿Serán siempre los mismos?”. No sabemos, se va renovando el público, pero ya saben a qué van.
–Probablemente los chicos que fueron apropiados y que todavía no lo saben, o que lo dudan, o que no se animan, tengan treintaipico. ¿Qué crees que van a buscar los veinteañeros?
S.C.: –Curiosidad. Porque no tienen información sobre la dictadura, lo qué pasó o de qué se trata la apropiación de chicos. Hace algunos años, los nietos empezaron a colaborar con nosotros, y entonces cuando termina la función, se sube una abuela y ya provoca una reacción. Pero cuando se sube un nieto, esta idea abstracta de la apropiación se transforma en una persona que cuenta su historia en primera persona. Y dice, por ejemplo: “Hasta hace cuatro años yo me llamaba tal y tal, había nacido tal día, tenía tal signo en el horóscopo. Pero a partir de la participación de Abuelas, yo sé que en realidad soy fulano, que nací tal día, que tengo tantos años”. Es muy fuerte eso. Ver a alguien ahí que te lo dice, como Juan Cabandié que en la Esma dijo: “Yo nací acá”. Para mí eso fue demoledor.
–¿Por qué creen que los más jóvenes se interesan justo ahora?
A.B.: –Porque el Estado se está haciendo cargo de una cantidad de cosas.
S.C.: –Yo creo que el gobierno de los Kirchner (el de Néstor y el de Cristina) abrió una compuerta a una temática que era tabú, que estaba siendo ignorada, invisibilizada. Era una temática de la que nadie hablaba. Y ellos se metieron en el barro, y nos metieron a todos, y esto provocó una reacción social.
–¿Cómo definirían cada uno de ustedes la palabra identidad?
S.C.: –Nosotros tenemos una costumbre en Teatro por la Identidad. Cada vez que hacemos algo público, la persona que habla se presenta por su nombre y dice quién es. Por ejemplo, en mi caso: “Mi nombre es Susana Cart, y puedo decirlo porque sé quién soy. ¿Y por qué digo que sé quién soy? Porque sé quién es mi papá, sé quién es mi mamá, porque vi fotos de mi mamá embarazada, porque me parezco en algo, cosas que me gustan y que no me gustan…”. Ésa es la identidad de una persona.
–Ahora que hablamos de lo que le pasa a muchos nietos… ¿Qué piensan que deben sentir Felipe y Marcela Noble?
–Por un lado pensás “pobrecitos” porque es lo primero que me surge y, por otro lado, digo: “Están tan manchados, están tan condicionados, están tan presionados, han aceptado tanto la voz del amo, desde algún lugar, que les debe costar mucho sentir y saber qué quieren. Por eso es interesante lo que plantea la ley del ADN, que establece que no es necesario que alguien vaya a sacarse sangre.
S.C.: –Eso es importante porque le quita culpa, le saca la responsabilidad. Hay muchos casos donde ellos mismos han tenido contacto con Abuelas, y que no quieren denunciarlos porque saben que sus apropiadores van presos, y están esperando que se mueran. Claro que es una pena, porque también las Abuelas y sus familiares se van muriendo.
Además de la pregunta de sentido común que nos hacemos todos. Si realmente tienen tanta seguridad de que no son, se hubieran sacado de encima este problema. Un caso como éstos, normalmente, se resuelve en un año.
–Es verdad que con el tiempo, las Abuelas se van a ir muriendo. Pero, a través de Teatro por la Identidad, ustedes van haciendo escuela...
A.B.: –Sí, por suerte. Y van a perdurar en el tiempo gracias a esta iniciativa. Porque si siguen existiendo jóvenes o adultos apropiados, nuestra tarea no termina. A lo mejor, yo no estaré dentro de una cantidad de años más, pero habrá otros que sí. Es lo mismo que dicen las Abuelas. Ellas saben que los nietos van a seguir con esta tarea.
S.C.: –Tengo muchas esperanzas porque, al principio, por ahí aparecían dos o tres nietos por año y, de pronto, en un año aparecieron ocho. Y creo que, en la medida en que el Estado y la comunidad se hagan cargo, cada vez más, se van a animar a hacerse preguntas.
A.B.: –Un solo chico con la identidad truchada, y nuestra identidad colectiva está truchada. Y creo que ya es hora de saber quiénes somos. Todos y cada uno. Recién ahí podremos construir algo colectivo.
Nuestro encuentro terminó pero la charla me seguía dando vueltas en la cabeza. ¿Cuándo fue la última vez que me pregunté quién era? ¿Me habré preguntado, aunque sea una vez, qué pasaría si yo no fuera quien siempre creí ser? Pensé qué doloroso sería tener que destruirse para poder volver a nacer. Para ser quien de verdad sos. Para existir. Ahí, todo me encajó como un rompecabezas. Ahí, este encuentro adquirió un nuevo sentido para mí. Así como el teatro le abrió un nuevo mundo a Arturo y a Susana, quizá logre guiar a algunos de los 400 nietos que aún faltan recuperar. Nunca antes, hasta hoy, había reparado en esa frase que leí cientos de veces: “El poder transformador del arte”.
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