Anoche fui a la inauguración del ciclo del PCI (Proyecto Cine Independiente), Cine argentino al cine (que tiene lugar en el Cosmos, vean la programación aquí), y vi nuevamente LAS ACACIAS, de Pablo Giorgelli. Este post no será un análisis ni una crítica de la película -eso quedará para más adelante, cuando se estrene-, sino una reflexión que surgió tras escuchar las palabras de Ariel Rotter, uno de los productores del filme, uno de los más premiados de todo el año cinematográfico de cualquier país del mundo (Cámara de Oro en Cannes, Premio Horizontes en San Sebastián, Mejor Opera Prima en Londres, para empezar a hablar).
Antes de la exhibición, Ariel comentó que la película se iba a estrenar en breve en Francia y en Gran Bretaña con unas 30 a 40 copias y que en la Argentina no conseguían salas más o menos dignas para su estreno. Rotter luego habló de las dificultades que todo el cine independiente tiene para estrenar y consignó lo que muchos ya sabemos: que si no hay actores conocidos, un apoyo de la televisión o si no se ofrece una propuesta a primera vista hipercomercial, las salas están cerradas al cine independiente. Lo vimos ya este año con varias películas, aunque me acuerdo de dos especialmente: UN MUNDO MISTERIOSO y VAQUERO. Esos filmes debieron postergarse o salir en el circuito alternativo de MALBA, Lugones, etc. Después de Rotter habló un poco Giorgelli, quien dijo estar “hipersensibilizado” por este tema y daba la impresión de estar por largarse a llorar en cualquier momento… Imagino que tras seis meses de cosechar aplausos, premios y devoluciones agradecidas en los lugares más insospechados del planeta, el NO de los exhibidores locales no es el tipo de recepción que se imaginaba en su propio país.
Algunos podrán pensar que las cadenas cinematográficas tienen todo el derecho del mundo a decidir qué películas pasan en sus pantallas. Otros son los que consideran que las leyes de fomento cinematográfico deberían obligarlas a exhibir una cantidad de cine argentino al año que no sea, simplemente, las mismas 4, 5 películas comerciales. Yo, en líneas generales, estoy de acuerdo con la idea de una cuota de pantalla y que esta se cuide y se distribuya equitativamente no sólo entre las películas sino también entre las salas, ya que muchas cadenas optan por “tirar” las películas nacionales a alguna sala del Gran Buenos Aires y así se sacan la obligación legal y la película “apenas les molesta” una semana.
Imagino que el caso de LAS ACACIAS es este último. Alguna cadena ofrecerá alguna sala alejada donde no le sirva a ellos pero no les moleste demasiado (no les hace diferencia, y como en esas salas nunca funcionan termina siendo una profecía autocumplida) y le genera así un gasto a la película que nunca puede ser recuperado por taquilla. Pero hay una triste realidad de la exhibición argentina: no es lo mismo el Cinemark Palermo o el Hoyts Abasto que cines en Morón o Avellaneda. Nos guste o no, esas salas son inviables para el cine nacional, que necesita de las salas céntricas y de la circulación que allí se genera.
Lo que me llama la atención en este caso, es que más allá de su elenco muy poco conocido, LAS ACACIAS es una película sumamente accesible, humana y clásica. Hasta me atrevería decir que es potencialmente muy popular, exitosa. Una película que cualquier persona con un mínimo grado de interés cinematográfico puede encontrar tocante, cercana. Digo, es un filme con un bebé más que simpático y entrador que sonríe y hace ojitos a cámara durante media película. Si eso no es mínimamente interesante para el género humano, no sé que cosa puede serlo.
Más allá de cualquier análisis respecto a su calidad cinematográfica -habrá a quienes les guste más o menos, a mí me parece una muy sólida y noble opera prima, pero no quiero explayarme ahora en eso-, es innegable que la película toca un “nervio” humano muy palpable y cercano al espectador común. Un camionero solitario y parco ayuda a cruzar la frontera a una mujer paraguaya con su bebé y viaja con ellos hasta Buenos Aires en su camión. Al principio los ignora y quiere sacárselos de encima, pero de a poco -y con el inestimable “gancho” que aporta la pequeña Anahí- empieza a entablar una relación con ellos y a “reencontrarse” en el camino. Así, tan simple como reconocible.
Con esto no quiero decir que a LAS ACACIAS hay que darle lugar porque “es comercial” y que entiendo que no se lo den a, digamos, UN MUNDO MISTERIOSO, que no lo es. Creo que el lugar se le debe dar a ambas y que es la obligación de las cadenas hacerlo. Lo que me pregunto es lo siguiente: si una película con la humanidad que proyecta y la emoción que provoca en el público LAS ACACIAS -sin hablar de los premios- no es aceptada por las grandes cadenas, ¿qué queda para el cine independiente, si se quiere, más áspero y menos accesible? ¿Cuál es el absurdo límite de lo que es “aceptable” de parte del cine nacional para las cadenas si una película que hace llorar y reír (eso que mucha gente tanto le reclama al “cine de autor”) tampoco es tenida en cuenta? ¿Quién marca esos límites “comerciales” que tanto se le achacan al cine argentino? ¿Las propuestas o los que limitan su exposición?
Hace muchos años que escucho quejas de productores y directores acerca de las políticas de las salas. He escuchado casos más leves y otros más graves. Tomando en cuenta lo que la película ya consiguió en el mundo y lo que yo y muchos otros hemos visto en salas de cine (gente emocionada hasta las lágrimas), el caso de LAS ACACIAS me parece de una estrechez de miras notable. Casi un caso testigo para las políticas de exhibición del cine nacional de los próximos años. Si la opera prima de Pablo Giorgelli no se estrena este jueves, o si tiene una salida mala o ínfima en cuanto a salas, sabrán qué fue lo que pasó. Y sabrán también que hay cuestiones muy urgentes de política cinematográfica que hay que resolver.
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