En 1982, en pleno conflicto con Inglaterra por la Guerra de Malvinas, la dictadura que encabezaba Leopoldo Fortunato Galtieri prohibió por decreto la difusión de música extranjera en una medida insólita, demagógica y patriotera que generó un cambio muy fuerte en las programaciones de las radios argentinas. La medida, que duró apenas unas semanas, y en cuya lógica Los Beatles y los Rolling Stones eran voceros de Margaret Thatcher, originó un efecto impensado: disparó el boom del rock nacional, cuyos intérpretes jamás habían sido difundidos en paridad de condiciones por las emisoras desde su aparición, a mediados de los ’60.
Los que vivieron aquella época tumultuosa y contradictoria recordarán de qué manera extraña en las mismas radios que antes los censuraban sin decirlo comenzaron a sonar temas, intérpretes y hasta discos completos que, por mucho tiempo, habían juntados polvo en los anaqueles de lo que no se programa. Sin la música en inglés, cuya difusión era respaldada económicamente por los sellos multinacionales, con publicidad paga y de la otra, de repente las radios argentinas parecían, en lo artístico, radios argentinas. Radios obedientes a una dictadura que tenía una serie de 300 temas prohibidos por el Comfer.
A casi 30 años de aquellos hechos, un extranjero que llega a la Argentina buscando escuchar por radio las novedades o las grandes clásicos de la música nacional, muchos de cuyos intérpretes tienen reconocimiento mundial, se encuentra con una sorpresa importante. Salvo que tengan apoyo explícito de la hoy decadente industria discográfica, los intérpretes argentinos casi no suenan en las radios argentinas. Es mucho más fácil encontrar en una radio nacional un tema de Shakira que uno de Adriana Varela. Se programa muchísimo más a Coldplay que Atahualpa Yupanqui. Las canciones de una tonta y pasajera estrellita televisiva como Selena Gómez rotan en las emisoras con una continuidad que nunca tuvo en vida Mercedes Sosa. Hay colmos, como radios prestigiosas del espectro de la FM porteña (Aspen 102.3, Blue 100.7 o la Metro 95.1) que no pasan música en castellano. Sólo pasan música en otros idiomas, salvo circunstancias muuuuuuuy especiales. Para sus propietarios, gerentes de programación, y aún para sus locutores, conductores y periodistas, este proceso, que llaman de segmentación del público, es natural. Si hay gente que las consume, las programaciones tienen sentido. El viejo truco de sus colegas de televisión, que justifican sus barrabasadas de programación afirmando que le dan al público lo que el público quiere. Dicen: así como hay radios que sólo pasan música en español, nosotros sólo pasamos música en inglés. Very good. En el interior, encontrar radios de FM con personalidad local definida es raro. Todas parecen seguir un modelo con sede en Buenos Aires, cuando no son, en rigor, repetidoras.
Argentina construyó durante mucho tiempo argentinos que desprecian lo propio y santifican lo ajeno. Argentinos que dicen con desprecio “este país”, en lugar de “mi país” o “el país”, encontrando siempre razones válidas. En el rubro del consumo cultural, millones de personas dijeron durante años que no veían cine argentino porque les parecía berreta, que no leían literatura latinoamericana porque les resultaba inferior a la europea, que no estaban dispuestas a pagar por una ópera si era de un compositor nacional, porque nunca estaría a la altura de una de Verdi, que preferían La Paloma a Mar de las Pampas, en una extensión de la preferencia sobre Palermo Viejo frente a Barracas.
Ese comportamiento snob, superficial y ante todo inculto, perdura en el tiempo porque está alentado por factores de poder económico que los propios consumidores desconocen. Hay muchos jóvenes que escuchan una radio, por ejemplo Rock & Pop 95.9 o Mega 98.3, sin saber que detrás de cada una de ellas hay negocios, acuerdos y pactos con productores de espectáculos que predeterminan las líneas generales de programación. La gente consume, entonces, productos cuya difusión está en estricta relación con el dinero que gana la empresa que los promueve, sin que pesen para nada las calidades artísticas. Durante años, Rock & Pop promocionó los espectáculos que organizaba Daniel Grinbank porque Daniel Grinbank era su propietario, o el gerente de los nuevos dueños (que además, aunque sea un detallecito, violaban las leyes argentinas porque acumulaban emisoras aprovechando la inacción del Estado). Cuando el empresario se peleó con sus ex socios, a los que denunció además como vinculados al narcotráfico en México, Rock & Pop hacía como que no sabía que tocaban en Buenos Aires ¡¡¡los Rolling Stones!!!
¿Habrá en China chinos que digan que aman el cine, pero sólo ven cine extranjero? ¿Habrá en Inglaterra ingleses que escuchen canciones pero sólo si están interpretadas en otros idiomas? ¿Existirán en Estados Unidos lectores que detesten la literatura estadounidense? ¿Existirán en Francia emisoras de radio que no pasen, salvo accidente, temas de artistas franceses? Está claro que el gusto por el arte no puede imponerse, pero también que si hay difusión extrema para ciertos artistas o géneros y ninguna para otros, es imposible que el público pueda conocer y disfrutar de valores que son de interés artístico central. Salvo honrosas excepciones, las radios masivas no pasan hoy a Larralde, Goyeneche, Yupanqui, Pugliese, Aquelarre, Mercedes Sosa, Spinetta, Cuchi Leguizamón, Gardel, La Camerata, Cafrune, Edmundo Rivero, Moris, Piazzolla, Alma y Vida, Suma Paz, Floreal Ruiz, Ginastera, Troilo, Los Trovadores, Dino Saluzzi o Eduardo Falú, entre muchos grandes de verdad, privando así al público de recordar o conocer a artistas, canciones y obras que están clavados en el corazón de la cultura nacional y popular.
En AM, cuando un tema va por los 90 segundos, operadores, productores y hasta gerentes artísticos se ponen nerviosos. ¡Hay que hablarle encima o pasar a la tanda comercial, o a otro asunto porque del otro lado, suponen, la gente se aburre! Del otro lado, en rigor, miles de oyentes braman por la falta de respeto que significa no dejar que termine un tema de tres minutos. Pasa todos los días. En las FM, salvo las especializadas, como La Folklórica 98.7 o FM Tango 92.7, la enorme mayoría de lo que se programa, por “criterio artístico” (en realidad, muchas veces comercial), pertenece a una visión de la Argentina como una colonia artística anglosajona. Para colmo, algunas de las que pasan música en el idioma propio parecen, la mayor parte del tiempo, emisoras de Miami.
Es insólito para una sociedad madura que tenga que venir el Papá Estado a poner las cosas en su lugar con los contenidos artísticos, para que lo nacional tenga el mismo respeto que lo importado, en un país con una cultura musical más que notable. Pero si no lo hace el Estado, que tiene una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (Ley 26.522) en aguas de borrajas, y no por su culpa, ¿quién lo hará? No lo harán aquellos que difunden con pasión de conversos a Daddy Yankee, Amy Winehouse y Lady Gaga, todos artistas interesantes, pero jamás pasaron, ni por equivocación, un tema de María Elena Walsh. Salvo el día que se fue al cielo, o al infierno, de los artistas.
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