Combinando elementos del documental antropológico con ficcionalización de hechos reales, en El viaje de Avelino, el porteño Francis Estrada echa mano de un método largamente utilizado por Abbas Kiarostami, solicitando de sus protagonistas la reconstrucción dramática de un episodio vivido por ellos tiempo atrás. A mediados de 2005, Avelino Vega, poblador de un modestísimo caserío catamarqueño, emprendió un largo viaje en burro hasta la distante ciudad de Fiambalá, desafiando las dificultades del terreno, el frío y la intemperie. Intentaba salvar a la hija, a quien la disentería puso en riesgo de muerte. Enterado del episodio gracias a un noticiero de televisión, Estrada (Buenos Aires, 1964) viajó hasta el poblado de Río Grande, se familiarizó con los Vega y terminó filmando aquella aventura, sin pretender sacarla de proporciones en relación con lo real.
Presentada en la competencia argentina del Bafici 2009, El viaje de Avelino funciona como si a algún retrato documental de Jorge Prelorán (Hermógenes Cayo o Medardo Pantoja, pongámosle, aunque más no sea por contigüidad geográfica) se lo hubiera puesto en movimiento, mediante el recurso a lo narrativo. Narratividad que no se impone de modo forzado sobre ambiente y personajes, sino que parecería desprenderse de ellos. Ambos planos coexisten. El plano documental pone al espectador porteño frente a un entorno y unas costumbres sideralmente distantes: las comunicaciones limitadas al radiomensaje, el sacrificio y la preparación de un cordero, la celebración de una fiesta comunal, el acordeón que al final toca Avelino, celebrando tal vez la cura de la Nely.
Sobre esos datos se entrelaza la historia de la enfermedad de la nena, que incluye la consulta a la curandera, algún infructuoso pase mágico, el empeoramiento progresivo y la visita de un enfermero, que aconseja llevarla a Fiambalá. Donde, a diferencia de Río Grande, hay médicos y un hospital.
Narrada con la austeridad que el ambiente pide, El viaje de Avelino da a pensar que, más que diferencias esenciales, las relaciones entre documental y ficción tal vez consistan en una cuestión de grados o dosificación. En este caso se pasa de la mayor concentración documental de los primeros tramos a una intensificación de lo ficcional, a partir del momento en que padre e hija inician su viaje. Sin el menor comentario o intrusión musical y ayudado por una pulida fotografía de Carla Stella, Estrada se atiene a las formas más estrictas del documental de observación, dejando que las imágenes cuenten la historia, sin mediaciones.
Imágenes en ocasiones construidas con deliberación, como la presencia de algún personaje colateral (el cazador que anda detrás de un puma) o la escena en que un burro amaga escapársele a Avelino. O, sobre todo, una en la que la aparición de una vaca espantada, en medio de la noche y entre los matorrales, puede llegar a generar algún sobresalto fuera de programa. Si alguna conclusión hay para extraer de la historia –que la distancia y la pobreza pueden conducir a la mortalidad infantil, por ejemplo–, esa conclusión queda a cargo del espectador. En un momento, Estrada marca con lucidez diferencias de fondo entre el documentalismo cinematográfico y el televisivo, contraponiendo, en la misma imagen, el desdramatizado entorno del caserío con el dramatismo que desde la pantalla del televisor intenta imponer, en la cobertura de esa misma noticia, un conductor de noticiero.
El viaje de Avelino se estrenó en una única sala del complejo Arteplex Belgrano, que de aquí en más pasa a llamarse Incaa-Doc y que, por iniciativa del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales, estará exclusivamente destinada a la exhibición de documentales locales. Una forma de estímulo que estaba haciendo falta. Ahora puede verse por televisión, en el canal de INCAA TV.
EL VIAJE DE AVELINO
Argentina, 2009.
Dirección y guión: Francis Estrada.
Asesoramiento de guión: Carmen Guarini.
Dirección de fotografía: Carla Stella.
Edición: José María del Peón.
Producción: Michelle Jacques Toriglia para MC Producciones.
Estreno en proyección DVD, exclusivamente en la sala Incaa-Doc del Arteplex Belgrano.
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