La administración del miedo
En la obra Los enfermos, recientemente estrenada, los protagonistas son Adolf Hitler, Joseph Stalin y Winston Churchill. La directora destaca el carácter provocador del texto del español Antonio Alamo, en tanto hace hincapié en la complicidad de las sociedades pasivas.
Nacido hace 42 años en Córdoba, España, el dramaturgo Antonio Alamo es muy poco conocido en el país, aunque piezas suyas, como La oreja izquierda de Van Gogh, hayan recibido premios tanto nacionales como internacionales. Su obra Pasos fue la primera estrenada en Buenos Aires, hace cinco años, bajo la conducción de Iris Pedrazzoli, ya que solamente se había dado a conocer la pieza Los borrachos, en formato de semimontado, a cargo de Andrea Garrote. Interesada en la dramaturgia española de los últimos años, entre el consagrado Sanchis Sinisterra y el iconoclasta Rodrigo García, Pedrazzoli descubrió la dramaturgia de Alamo. En estos días, esta directora estrenó Los enfermos, otro de sus textos, en el Espacio Ecléctico (Humberto Primo 730), con un elenco integrado por Guido Dalbo, Héctor Finder, Ricardo Salas y Daniel Mancuso, entre otros.
Adolf Hitler, Joseph Stalin y Winston Churchill son los protagonistas de esta obra en la que el elemento histórico es apenas un apunte destinado a forjar entre los tres personajes una red de tensiones más o menos disimulables. Hitler cavila sobre sus errores y aciertos poco antes de cometer su famoso rito suicida junto a Eva Braun. Luego, en una charla íntima antes de iniciar la conferencia de Yalta, Stalin y Churchill instalan la duda: ¿habrá muerto el Führer, efectivamente? Ambos líderes están de acuerdo en que las sociedades mantienen su cohesión y maleabilidad mediante la sabia administración del temor. Es que, según el planteo del autor, la herencia que ha dejado el nazismo aparece en el trasfondo de toda política, sea del signo que fuere. En su análisis de esta obra, el dramaturgo español Arturo Sánchez Velasco subraya: “Alamo no fija los acontecimientos, como tradicionalmente se ha hecho en el teatro histórico, sino que los desdibuja y los pone en duda, para desmitificar la Historia y diagnosticar su mal”. Poderosos y enfermizos, estos hombres se reparten una Europa moribunda, ya cadavérica, afectada por “una calculada epidemia, la del miedo”. Se ha dicho que tanto Alamo como Juan Mayorga, su compañero de generación, autor de Cartas de amor a Stalin, hacen de la desmitificación un rasgo de estilo. Así seleccionan de la historia pequeños sucesos, detalles muy conocidos, con la intención de movilizar el imaginario colectivo.
–La obra tiene varios puntos polémicos. ¿Cuáles son los que considera más provocadores?
–Toda la obra es provocadora. Cada nueva lectura o puesta en escena encontrará en ella otras verdades a develar. La universalidad del texto, el haberlo ubicado en una sola línea sin tiempo, vuelve a estos personajes crudamente cercanos. El poder enfermo diluye diferencias ideológicas. Pero Alamo va más allá y no deja que nos paremos, inmunes, frente a sus criaturas. Para imponer la crueldad de la impunidad se necesitan sociedades pasivamente cómplices. Es decir, sus criaturas hablan sobre sí mismos, pero también sobre todos no-sotros.
–¿Los enfermos es un ensayo sobre el poder?
–Alguien dijo, no recuerdo quién, que si todo tuviera significado sería ininteligible. Desde el punto de vista de la dirección, el texto sólo es un generador, un referente. Contamos un cuentito para poder contar algo menos contable. O como siempre decía mi maestro Roberto Villanueva: “No producimos la realidad sino una idea de la realidad”.
–¿Cómo definiría el humor que tiene la obra?
–Alamo se caracteriza en sus obras por un manejo del humor, sutil e inteligente. Libera sistemáticamente el humor como medicina para contrarrestar tanta enfermedad expuesta. Nos cura y nos inmuniza para que, tomando una saludable distancia, podamos reflexionar.
–¿En qué radica la diferencia de las enfermedades que acosan a Hitler, Stalin y Churchill?
–En nada. Desde mi visión, desde el texto y desde la puesta, creo que son meros e inteligentes instrumentos para exponernos lo que sistemáticamente negamos. Lamentablemente la verdad es muy falsificable.
–¿Qué dejó cada uno de ellos a modo de herencia ideológica?
–Siglo tras siglo, la herencia ideológica es la misma. Sólo cambian, como de una puesta en escena a otra, los actores, la utilería y los escenarios, que pasaron a ser virtuales. Y no se trata de decir resignadamente “es la naturaleza humana”. Yo prefiero pensar que el odio, el terror, la maldad, el desprecio por la vida, comparten igual espacio con los buenos sentimientos humanos. Será cuestión de hacer mejores elecciones y decidir con qué mitad queremos vivir.
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