Primero fue La Señora de los Almuerzos, con su habitual tono apocalíptico, desde la mesa del canal que ha hecho de la inseguridad su tema central, a tono con la campaña permanente montada por uno de sus propietarios, Francisco de Narváez. Muy segura de sí, con ese tono de indignación de vecina de Avenida del Libertador que la caracteriza, Mirtha Legrand de Tinayre (Chiquita Martínez, para las amigas) anunció al finalizar la semana pasada que se disponía a hablar con sus amigos del ambiente artístico para convencerlos de que hay que “hacer algo” para “instituir el orden” en la Argentina. Un poco más adelante anunciaría una marcha silenciosa de protesta contra el Gobierno, que luego viró hacia un acto en un teatro y más tarde quedó en el aire hasta nuevo aviso, tal vez hasta que aparezca alguien con poder para organizar.
Ante la invitación inicial de la viuda de Tinayre, algunos de sus amigos más famosos no tardaron en salir a la palestra. Mortificada por un episodio familiar, Susana Giménez sostuvo el lunes que los problemas de la inseguridad se resuelven con represión. “O reprimen o esto es un caos”, afirmó, aunque esa vez no usó la idea que afirma que “el que mata debe morir”, patentada cuando unos taxi boys mataron a un peluquero de su confianza. La blonda diva adicta al fotoshop no se pronunció desde un espacio en el canal para el que trabaja, Telefé, sino en una entrevista que concedió a Radio 10, durante el programa que conduce su amigo Oscar González Oro.
“Lo que dijo Susana es cierto…o ponemos orden o esto es un caos”, subrayó luego el anfitrión. “Ella no tiene por qué hablar, y sin embargo se la banca y habla”, elogió. Desde el hospital en que está internado, Cacho Castaña declaró que ya había hablado con su médico para que le diese un alta parcial el día que los famosos se unieran en público para hostigar juntos al Gobierno.
Marcelo Tinelli no quiso quedarse atrás. El lunes cruzó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que había expresado que daba vergüenza el modo en que la televisión suele mostrar historias de la pobreza argentina para ganar puntos de rating. El martes sostuvo que el país está lleno de desocupados que no quieren ser parte de “grupos violentos que son funcionales al poder”. Ese día estaba indignado por el paro de los trabajadores de subterráneos que, hasta aquí, muy amigos del poder no son. El jueves, después de haberse ofendido por declaraciones del senador Miguel Angel Pichetto (“Estos personajes no han ganado una elección ni en una sociedad de fomento”) y por el piquetero Luis D’Elía (“Son los hijos putativos de los medios concentrados del poder económico, hablan a sueldo, viven en sus mansiones con sus Mercedes Benz, sus casas en Miami”, “apoyan a la derecha cavernícola” y “quieren que vuelvan Videla, Massera y Agosti”), su munición fue más pesada. “Que yo hable de paz te cuesta entender, porque sos un violento”, le espetó a D’Elía, en el medio del monólogo de introducción a su programa en Canal 13. “Pichetto –siguió Tinelli– dice que no hemos ganado una elección y tenemos un odio visceral como en el ’55. El odio visceral es tuyo que vivís la vida con un revanchismo de un país de 50 años atrás”. Clarín puso la noticia en tapa el viernes: “Dura réplica de Tinelli. Fue por los ataques de Pichetto y D’Elía”.
Cualquier lector de Miradas al Sur podría pasar horas recitando de memoria los hechos de sus propios pasados que deberían aconsejar a los miembros de la modesta farándula argentina una cierta dosis de prudencia a la hora de hablar sobre temas como represión, inseguridad, caos, violencia, complicidad, relación con el poder de turno, órdenes para hablar de determinados temas u ocultarlos, impunidad. Pero más allá de sus argumentos más o menos oxidados y del modo en que juegan políticamente hoy, algunos sin ninguna inocencia personal, otros con cierta candidez, es lícito preguntarse si son cruzados que operan como vanguardia de una nada o si sus discursos expresan, con matices, lo que piensa una parte importante de la clase media urbana argentina.
La manera más fácil de resolver el asunto es inclinarse por la primera opción. Como la farándula es históricamente derechosa, inculta y acomodaticia, y está repleta de nuevos ricos, sería más o menos normal que en situaciones de tensión social sus referentes hablasen con el manual del enano fascista bajo el brazo. Es una posibilidad un tanto tranquilizadora, ya que sólo se representarían a sí mismos. Pero la verdad es algo más incómoda. Aunque pertenezcan a un ambiente enrarecido y sus cuentas bancarias presenten mucho más ceros que los de la llamada gente común, los nuevos pregoneros del orden basado en la represión parecen expresar de modo cabal lo que piensan otros millones de honrados ciudadanos que extrañan, aunque nunca lo digan en voz alta, el orden que proviene de los palos.
Dicho de otro modo: los enanos fascistas son parte del inconsciente colectivo de la sociedad argentina y los famosos operan como voceros, más o menos espontáneos, de un sentimiento larvado que en determinadas circunstancias sale a flote, con su pesada carga de resonancias del pasado. Videla y Massera, chacales que el chacal despreciaría, no bajaron de un plato volador. Fueron emergentes de vastos sectores de una sociedad que parecía necesitarlos, al punto de que por momentos reclamaba a voz de cuello su presencia en el escenario. Y que repudia sus nombres –no siempre sus métodos– cuando ya sirvieron a intereses que los precedían. Por eso, cuando las radios le llaman caos a toda alteración momentánea del orden vehicular, o un asalto es repetido tantas veces por los canales de televisión que se transforma en varios asaltos consecutivos, de los riñones de una sociedad sensibilizada aflora aquello que estaba oculto. Repriman, repriman, parecen pedirle a las fuerzas del orden los buenos padres de familia. Y si el Gobierno no quiere reprimir, que se vaya.
Es fácil decir que Mirtha atravesó toda la dictadura ganando plata en televisión sin decir una palabra sobre los atroces hechos que sacudían al país sin observar, en simultáneo, que la mayoría de los argentinos actuó como si nada estuviese pasando. Es simple decir que Giménez es capaz de comprar un auto para discapacitados para evadir impuestos, siendo dueña de fortunas, pero no reparar en que su supuesta viveza criolla es parte de un mandato que la sociedad que la rodea impone casi como prueba de pertenencia. Es sencillo señalar a Tinelli como un empresario amigo del poder de turno, hasta que ese poder se despluma, sin advertir que en todo caso sigue el comportamiento pendular de la misma sociedad que eligió primero a Alfonsín y luego a Menem, primero a De la Rúa y luego a Kirchner. La farándula sobreactúa al argentino promedio, pero no tiene libreto propio. Eso no significa que no haya aspirantes a libretistas, está claro, entre aquellos que son muy democráticos en apariencia, pero aman las conspiraciones más que sus propias imágenes reflejadas en los espejos.
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