«Distintos gobiernos han tratado de cerrarnos los espacios alternativos. Funcionarios burócratas, seres menores, estúpidos, absolutamente vulgares, ministros de cultura que no han ido nunca al teatro y se llenan la boca hablando del teatro argentino», afirma indignado Ricardo Bartís, uno de los directores teatrales argentinos más reconocidos a nivel internacional.
–¿Cómo ves el teatro off hoy?
–Alternativo, off o independiente son todas nominaciones que tienen el peligro de la generalidad. Este teatro es el reservorio de los nuevos lenguajes, las aproximaciones de avance a lo teatral, es el sector que discute el teatro haciéndolo.
–El lugar de experimentación.
–Sí, y parecería un espacio donde generalmente se empieza. Porque la gran mayoría de las personas no tienen la oportunidad de ser convocadas a una producción ya existente. Es una situación bastante excepcional esa. Por lo general las personas se juntan por una necesidad y una voluntad de operar en lo inmediato y empiezan a producir, y buscan espacios que no son los teatros ni los circuitos tradicionales y tratan de mostrar su trabajo.
–¿Se ha perdido algo de eso?
–Creo que ha perdido su sesgo más político, en el sentido de expresar una mirada sobre la actividad, sobre la realidad, una mirada crítica sobre el adormilamiento en lo que sería la hipótesis de lo profesional. Donde se va estructurando la idea de la carrera, de la acumulación de saberes paso a paso, de conocimiento y éxito. Quiero decir que se va desarrollando el modelo de funcionamiento que se da en otras actividades. Y esos modelos no son intrínsecamente injustos pero están plagados de injusticias, de tonterías. Empieza a ser más importante el sostenimiento del trabajo que lo auténticamente apasionado que fue el gesto inicial de acercamiento a una actividad como el teatro o la actuación que es una actividad libertaria, móvil, dinámica, que no tiene esas pretensiones.
–Pareciera que hoy es más importante el triunfo que la pasión.
–Sí, porque existe la presunción de que no hay otra alternativa. El fin de las ideologías, el fin de la historia, el pensamiento único, no se da solamente en lo macro, es infinitamente más poderosa su influencia en lo micro. La creencia de que no hay alternativas de goce, placer, felicidad y encuentro profundo con la actividad si no es de tal o cual manera. Hoy casi cualquier grupo que desarrolla actividad teatral quiere tener un jefe de prensa, y eso es un disparate. Es parte de la exacerbación de la creencia de que debés existir en ser visualizado rápidamente y en la influencia nefasta y momentánea de los medios. Porque además los medios no le dan nada de pelota al teatro.
–¿Por qué pensás que ocurre eso?
–Porque es una época en la que se valoriza el entretenimiento, tratando de hacer soportable lo que es básicamente insoportable. Y como la vida está plagada de esas situaciones desagradables, humillantes, desgraciadas, el espectador desde un lugar común, hace un rezo o una letanía y dice “me quiero entretener, divertir un rato, no voy a salir para amargarme, para eso tengo el noticiero”. Ese lugar común –que es un pensamiento siniestro, fascista, retrógrado, que atrasa todo el tiempo, cuyos valores son absolutamente conservadores, machistas– ha incidido muchísimo, hasta en la política. Y en esa situación también opera la imagen y el campo propositivo que, en relación con lo que serían los modelos expresivos, está dado por la televisión.
–Una televisión que hoy elige hablar de sí misma y repetirse.
–Pero sobre todo la cantidad de programas que en los últimos 30 ó 40 años la televisión ha desarrollado en relación con informar lo privado de algunas figuras supuestamente públicas. Figuras execrables en su gran mayoría, seres menores, idiotizados, deformados por las operaciones, lobotomizados intelectualmente e ideológicamente siniestros. Y los relatos que se hacen de sus existencias, de sus avatares, de sus aventuras, son situaciones vinculadas al mal, a la idiotez, a la fractura, a la pelea, y a lo fragmentario de las personas. Cada vez más el discurso televisivo se concentra en la situación fragmentada. No es solamente un problema de los noticieros que deforman en la medida en que circunscriben a elementos de fragmento y no totalizan ni establecen campo histórico, sino que también en otros programas se habla de partes del cuerpo de algunas personas, o se habla de frases. Todo está segmentado y fracturado. Entonces el campo imaginario, que necesita apoyarse y encadenar para poder desarrollar un relato, está totalmente atacado. Las supuestas vanguardias ayudan a confundir.
–¿Por qué supuestas?
–Porque las vanguardias culturales o intelectuales son el sueño de los países industriales, no de los países subdesarrollados o como nosotros que estamos en la lona. Pretender que en la Argentina haya vanguardia es una ilusión de las modas conceptuales, de una dependencia del modelo de las metrópolis. Pero los sectores supuestamente ilustrados de lo teatral abandonaron el desarrollo del relato, porque el problema del teatro es saber cómo hacer para que el relato no sea un plomazo.
–Pero eso no es sólo un problema de las vanguardias, y se da a nivel mundial.
–La vanguardia o el teatro alternativo es responsable del desarrollo de ciertos conocimientos de enorme importancia. Y como los argentinos dilapidamos nuestros saberes, no podemos acumular, tenemos enorme dificultad para pensarnos en conjunto, entonces no hubo posibilidad de reflexionar de manera profunda qué eran los valores que ahí se constituían, que produjeron que el teatro argentino se constituyera en un boom internacional. En el mundo tratan de entender cómo hacemos ciertos lenguajes. No tratan de entender cómo hacemos para tener otros trabajos y además ensayar, eso es una especie de dádiva intelectual de decir “pobrecitos, mirá que siendo tan pobres todavía tienen tiempo para hacer cosas”. Y así tratan de reducir la existencia de una historia cultural en nuestro país que tiene 150 años donde nosotros tenemos autores, directores y sobre todo una cantidad extraordinaria de actores.
–¿Cómo es el público del Sportivo?
–La experiencia con el público no siempre es tan grata, no siempre es tan grato tener éxito. Hay un público que viene a vernos y sentimos que no tiene nada que ver con esto. Hace muchos años nos sentimos ajenos a cierto tipo de público, pero eso no debería sorprendernos; nos sentimos ajenos también en las votaciones que se producen en el país, o en las elecciones de ciertos modelos, o las informaciones que escuchamos, hay muchísimas cosas con las que no estamos de acuerdo.
–¿Coincidís con Luis Machín en que la política le ha roba mucho al teatro?
–Los niveles de actuación que hay en la vida pública son insoportables. Las palabras teatrales se usan en los análisis críticos como nunca, los actores sociales, el escenario, el campo de acción, una serie de elementos que parecen constitutivos en relación con lenguaje del teatro circulan por la política. Eso no es nuevo, es histórico, pero hay momentos en la historia de la humanidad donde los niveles de dramaticidad en la sociedad son tan fuertes que el teatro se confunde, se queda medio atontado porque no sabe cuál es su lugar específico, porque todo es actuación, todo es puesta en escena. Hoy es tan evidente la gestualidad en términos políticos, el narcisismo descerebrado de algunos dirigentes, es tan expresiva su voracidad personalista en sus gestos, y hasta hay algunas construcciones psicóticas en sus ritmos. Elisa Carrió, por ejemplo, habla permanentemente con un tercero imaginario, hace gestos y expresiones a un tercero al que patotea en el discurso. Más allá de lo que digan, no estoy juzgando sus decires, estoy juzgando lo que sería la construcción de sentido del campo expresivo.
–A veces la realidad muestra escenas y discursos que podrían ser parte perfectamente de una
ficción de tipo teatral, sobreactuada, carnavalesca.
–Es que es tan poderoso el ejercicio de la construcción de realidad, es tan brutal la capacidad que tiene la política de generar teatralidad, que si uno se pone a pensar que tuvimos diez años de menemismo y un par de años de De la Rúa, no se puede concebir semejante acontecimiento de atrocidad. Y no es solamente la entrega, ni la cantidad de propelías, la pobreza, la indigencia, la exclusión, que son elementos absolutamente fundamentales y tremendos. Me refiero a la cantidad de pelotudeces que hemos tenido que escuchar y aceptar, una especie de bombardeo de imbecilidad que todos los días hay que aguantar. Y uno piensa que no tienen derecho a tratarnos como estúpidos, a intentar reducir la capacidad del pueblo argentino a semejante nivel de ignorancia, de brutalidad y de idiotez. Entonces, una actividad poética como el teatro debe tratar, no de dar cuenta de eso con obras que hablen de la ambición de poder, de la corrupción, sino de crear campos poéticos defensivos. Tenemos que tener la capacidad luminosa y radiante de enunciar valores, posibilidades y compromisos distintos, y sobre todo en nuestra práctica concreta establecer formas de producción distintas.
–¿En qué consisten esos modos diferentes de trabajar?
–Son procedimientos del lenguaje, procedimientos teatrales y capacidades distintas. Y es también mantenerse firme en relación con algunos acuerdos, como trabajar colectivamente en una cooperativa. Todos esos dividendos no son menores, no son solamente gestos y antiguallas simpáticos, nos hacen muy poderosos, nos convierten en una fuerza invencible. Los distintos gobiernos han tratado de cerrarnos los espacios, y apuestan a modalidades cada vez más relacionadas con el orden, la legalidad y la simetría. Entonces nosotros que somos espacios deformes, casas chorizos, ex galpones, depósitos, que venimos haciendo teatro hace 30 años, sufriremos esas consecuencias, pero haremos teatro en otros lugares, nos iremos a la clandestinidad. No nos van a joder nunca. Los que están jodidos son los burócratas, los funcionarios que tienen una vida gris, idiotas que no pueden imaginar otra cosa que ser gerentes de una empresa que es la política.
–¿Es la consecuencia del fenómeno post-Cromañón?
–Es la idiotez, la imbecilidad de esos funcionarios que en su puta vida vienen a lugares como éstos y se llenan la boca del teatro argentino. Hay que enfrentarlos y derrotarlos a trompadas. Que nos cierren si quieren, que tengan la responsabilidad política de cerrarlo. Siempre nos van a pedir algo que no podemos cumplir, porque nosotros no queremos parecernos a los teatros oficiales.
Nosotros tenemos medidas de seguridad pertinentes a 60 ú 80 personas, nunca se nos incendiaron los teatros, nunca tenemos problemas con los discapacitados porque los ayudamos con nuestras propias manos a sentarse. No somos teatros, somos espacios culturales. No van invitados a los festivales del mundo el Teatro San Martín, ni el Teatro La Plaza ni el Multiteatro; son los espacios y las producciones alternativas las que representan el teatro argentino en el mundo. Entonces que no nos ayuden nos parece natural, pero que nos rompan los huevos y nos vengan a perseguir y nos vengan a patotear, seres menores, estúpidos, absolutamente vulgares, ministros de cultura que no han ido nunca al teatro y no saben nada de cultura, que lo único que hacen es utilizar la secretaría de cultura como trampolín para otro puesto político es una grosería. Pero que se vayan a la puta madre que los reparió, lo firmo, se los digo, cuando vienen acá se los digo en la cara. Les tengo bronca personal, con esas situaciones pierdo completamente el humor.
–Porque es un atropello.
–Es un atropello y se escudan en la certeza de que nuestra actividad no produce. Si nosotros dejamos de existir no va a ser muy importante. Sin embargo deberían pensar que tanto lo que hay como lo que vendrá es la existencia de un fenómeno absolutamente extraordinario, de un montón de gente que se reúne para crear. Igualmente, las debilidades del sector no tienen mucha importancia en un país donde sigue habiendo una cantidad importante de hijos de puta que hacen cosas espantosas, donde hay pibes que se mueren de hambre, y donde la mitad de nuestros compatriotas tienen que comer la basura que nosotros tiramos.
Totalmente de acuerdo con lo dicho por Bartis. Jorge Diez
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