Tres décadas de recuperación de la democracia, como sistema político y sobre todo de convivencia, son una construcción colectiva que toda la sociedad argentina tiene el derecho de celebrar. La extorsión ilegal y violenta de distintas policías provinciales busca jaquear ese logro compartido: pone en vilo a la sociedad civil y muy especialmente a sus sectores más humildes. Los dos hechos coexistieron (que no convivieron) en una jornada tremenda que será recordada combinándolos en la historia y en la crónica. Hubo dirigentes opositores que propusieron levantar el acto en la Plaza de Mayo. Algunos de ellos se colocan, por reflejo condicionado, en la vereda de enfrente de todo lo que impulsa el oficialismo. Otros lo habrán planteado de buena fe, considerando la desazón y el dolor de quienes han perdido vidas, propiedad y la paz cotidiana, que son derechos de cada ciudadano.
Someterse al chantaje, piensa el cronista, hubiera sido conceder al miedo que se quiere imponer de prepo. Bajar los brazos y acallar música o cánticos, resignarse a una victoria ruin de los insurrectos.
La renuncia a la cotidianidad, su sujeción a los que quieren imponer el terror es, valga puntualizarlo, una de las características más insidiosas de las dictaduras. Remedarla es uno de los fines, a esta altura explícitos, de la revuelta policial.
Decenas de miles de argentinos prefirieron congregarse en la Plaza, amucharse como en tantas otras ocasiones para demostrar identidad y pertenencia, para hacer número y ser individuos al mismo tiempo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario