Hoy me hice kirchnerista
Cuando llorás por alguien perdés por un momento la razón. Es porque tus razones se hicieron sentimiento.
Hice diez horas de fila sin saber bien para qué. Los velorios me fueron siempre algo extraño, así que no fue ese el fin. Ni siquiera era la necesidad imperiosa de apoyar a Cristina, ya habrá tiempo para eso y es mas probable que ella nos termine dando fuerzas a nosotros.
Fueron diez horas de caminar despacio, de cantar consignas, de aplaudir situaciones. Iba descubriendo, de a poco, mi objetivo ahí. Era una demostración, era ganar la calle, era estar, era decir que somos muchos, era catársis.
No me quebré en toda esa amansadora de tiempo. Vi el llanto abrazado de pibes que no pasaban los veinte, vi llorar a viejos curtidos, vi ancianas secarse las lágrimas. Y no me quebré. Solamente al entrar a la Casa de Gobierno con el olor característico de las coronas, en esa cantidad innumerable, los altares improvisados escritos con birmoes y fibrones, pasar por el féretro, la Presidenta inquebrantable y tan humana al mismo tiempo, una señora, delante mío, entregándole la foto de su hermano desaparecido, su cuatro brazos abrazándose fuerte, con sentimiento, ver los pañuelos de las madres, los cuadros de los patriotas latinoamericanos enmarcando la situación, el Che, Sandino, Eva. Solamente en ese momento, decía, se me llenaron los ojos de lágrimas. Pero no me quebré. Salí despacio junto con quienes entré, es posible que la compañía nos haya ayudado.
Aunque quería, no me podía ir. La columna me dolía tanto como las piernas y los pies y sin embargo algo me retenía en la Plaza de la Historia. Habían pasado diez horas desde el principio de la fila, en la mañana de sol de Rivadavia y Bolivar. La noche ya estaba fresca y tenía ganas de estar en casa. Pero no me podía ir. La plaza seguía llena de gente suelta y organizada, de cientos de miles que, sobre todo, desmentían la idiotez del relato del clientelismo. Desmentían también el relato de la violencia y la crispación, con la tristeza de la pérdida y con la alegría de la esperanza. Ahí pienso cómo algunos se siguen atreviendo a hablar de las narices, los choripanes, los planes y otras fábulas. Entonces llegan mas banderas y carteles con fibrones. Me cruzo con amigos, que siempre fueron críticos y ahí están, reconociendo la polenta, la entrega, la Historia. Van a entrar, yo salí hace un rato. Me cruzo con compañeros de otras épocas, que ya entraron. Tengo que llegar a casa, estoy destrozado por dentro y por fuera.
Nunca dormí tan poco estando tan cansado. Camino al trabajo está Alem. Por esa avenida pasará el cortejo. No tenía previsto esperarlo. Mi colectivo cambió su recorrido y ya no sé por donde pasa, ni si pasa. Empiezo a ver gente acercándose, desde los balcones y las ventanas se asoman empleados y obreros. Algunos oficinistas. Ahora llueve, por momentos mucho. Un señor con los ojos vidriosos me dice que así tenía que ser, que fue igual con Evita y con Perón, que el cielo tenía que llorar también hoy.
Ya no me puedo ir. Sin paraguas ni piloto, mojándome y esperando a que pase. Entonces, otro encuentro amistoso, en un lugar del cual uno se imaginaba que sus círculos sociales segurían renegando. Acompañado, la espera se hace mas corta. A las diez horas de ayer, le sumo hoy otras dos horas de pie. No hay razonamiento para eso. Cada vez somos mas y apenas un cordón policial. Los árboles mojan mas de lo que cubren. Dicen que el auto saldrá a las 12 de la Rosada.
Es un luto muy raro. Hay tristeza, profunda, se siente a mi alrededor. Pero hay bullicio, energía, esperanza. En la otra vereda un flaco de unos 25 años llora en cuclillas. Incluso desde esta distancia, atravesando la avenida, se le ven los ojos rojos. De a ratos se para, y cuando se canta por el Pingüino o Andate Cobos, se olvida de sus lágrimas y grita con toda su alma. En eso llega su novia y se abrazan desconsoladmente, lloran juntos un ratito interminable. Ella tiene una bandera argentina al cuello, que le cubre la espalda, mojada, ambas.
Creo que el cortejo lo encabezaban unos caballos y los granaderos, pero casi ni me fijé. Estaba muy cerca y no le presté atención a eso. Solamente la vi a Cristina en el primer auto y a Néstor en el segundo. O tal vez estaban en el mismo. Fue un minuto, caían flores de todos lados, corría gente al costado de los autos, atrás, adelante, gritos de fuerza Cristina y gracias Néstor, llantos, mas flores, y pasó. Me quedé parado, desorientado, solo y rodeado por la multitud. Seguía lloviendo, estaba mojado, tenía frío. Me quebré.
Me quebré con un llanto inexplicable, triste, vacío. Veía a través de mi propias nubes alguna wimpala, banderas del Che, fotos de Evita, y la gente que se dispersaba de a poco. A una cuadra de ahí seguía llorando. Ya era otra la gente que miraba mi rostro y seguro no entendía.
¿Entenderá alguien? ¿Lo entiendo yo? Mi única explicación pasa por la pasión. Quienes vivimos con pasión por nuestros sueños lloramos a quién puso tanta pasión por concretarlos.
Y si hasta hoy era K, por convicción, por proyecto, por intransigente, por razones, por táctica, por estrategia, por ideología, por política, hoy me hice kirchnerista, por sentimiento.
Cuando llorás por alguien perdés por un momento la razón. Es porque tus razones se hicieron sentimiento.
Gonzalo Tomás Pérez
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