sábado, 31 de julio de 2010

FILOSÓFICA BARATA Y MEDIAS TOM



¿El tiempo todo lo corrompe?

¿Estamos condenados a devenir en viejos de mierda?

¿Es posible que un intelectual que durante la postdictadura enseñaba a Michel Foucault en la Universidad escriba ahora paparruchadas descartables en Perfil?

¿Puede alguien que una vez fue progresista o de izquierda ir paulatinamente acercándose a la derecha recalcitrante?

La respuesta es : SÍ.


Vacaciones de invierno

Ahora que estamos en pleno receso de invierno, quisiera compartir con ustedes algunos momentos de distracción, gracias al ocio que nos depara el Ministerio de Educación a los que trabajamos en la enseñanza. Nosotros, los docentes, gozamos de vacaciones de invierno y podemos disfrutar de una oferta descomunal en lo que a espectáculos se refiere. La posibilidad de acceder a la programación de series por cable, a las telenovelas en horario nocturno, a ciertas novedades radiales y los estrenos cinematográficos en formato DVD que nos facilita nuestro videoclub nos permite tener a nuestro alcance la posibilidad de gozar de un merecido y grato descanso sin siquiera salir a la calle. No hay como estar calentitos en casa con el control remoto cerca y disponerse a este baño de felicidad doméstica a la vez que universal.

No sé por dónde comenzar.

Arranquemos por la radio.
¡Han vuelto El gato y el zorro! Es una noticia fantástica que nuevamente Mario Mactas y Rolando Hanglin lleven a cabo su famoso diálogo profesoral, ameno y chispeante, totalmente fuera de época, con altura, palabras medidas, vocablos en inglés como call money, algunos en francés como chauffeur, y nos expliquen un viernes a la tarde por qué las playas del Caribe son totalmente artificiales respecto de las nuestras, y en qué medida el viento frío de nuestro mar gris oscuro es de una belleza insuperable, comparado con el agua turquesa pálido de la isla Saint Martin, y cómo nuestras arenas gruesas y rasposas superan en textura y color a esas formaciones desmenuzadas que parecen harina blanca. Apreciaciones de estos ex compañeros del Nacional Buenos Aires que han elegido caminos distintos en la vida, como lo son los del nudismo y la equitación, pero que siempre se las arreglan para compartir con nosotros algunos retazos de su sabiduría.

El problema reside en que en esta nueva etapa está ausente Florencia Ibáñez, la alumna inseparable de estos dos maestros, y esta ausencia no sólo se nota, sino que hasta duele.
Aún no ha comenzado la recolección de firmas pidiendo la vuelta de la añorada alumna para que la santísima trinidad se complete, pero debemos estar alertas al llamado de la justicia.

Pasemos a la telenovela. Es imposible no ver
Malparida y comentarla con otros, vacacionantes o no. Como soy filósofo, no puedo dejar de elaborar teorías y, en este caso, recurro a la egiptología. Estimo que la belleza de Juanita Viale, que por lo visto no perderá jamás su diminutivo –salvo que lo traslade, modificación que no creo posible– y se llame Juana Vialita, es un calco de los frescos de los templos de Luxor y Karnak que podemos apreciar en History Channel o en el canal Encuentro. Las figuras estampadas en murales, columnas y vasijas se destacan por ser planas y dibujarse de acuerdo con la técnica conocida como “canon de perfil”, por el que siempre vemos los rostros de costado con el ojo de frente. Son formas rígidas sin volumen y sin perspectiva. Un pelo negro, lacio y con un corte abrupto le da a la expresión un cierto misterio.

En el mundo del cine, la película Cleopatra, con Elizabeth Taylor, ofrecía una imagen vívida de la belleza egipcia hecha emperatriz. Sobre este modelo se despliega el personaje de Juanita Viale, perfilado, plano, con la mirada fija, el pelo abundante y sedoso, que acompaña su plan de matar a todos los hombres de la familia Uribe o, al menos, a casi todos, y a unas cuantas mujeres que los acompañan. La presencia de Florencia Raggi, que en los momentos en que escribo esta nota ha sido arrojada al vacío por nuestra heroína, pero no sé si con quebraduras, conmoción cerebral o lisa y llanamente muerta, perjudicó la imagen pagana de Viale. Por el hecho de que Raggi es más mala que Viale, tan linda aunque quizás algo más vulgar que ella, más alta, tiene además una mirada de bruja que desgraciadamente perjudica al gesto hierático de nuestra esfinge.

Ante esta situación, Juanita (Renata, en la novela) se torna más buena, parece más gorda, hasta se enamora de Gonzalo (Lautaro) y pierde sus atributos nefertitianos para parecerse a una chica malhumorada de las Lomas de San Isidro. De esas que miran mal porque son lindas. El pasaje de El Cairo a la zona Norte no ha sido favorable para el carisma del personaje.

Quisiera terminar esta nota con el anuncio mundial del comienzo de la cuarta temporada de la archipremiada serie Mad Men, una obra maravillosa, galardonada hasta las calzas, y que se puede ver en sus tres primeras temporadas por los servicios de los videoclubes, la democracia pirata de la Web y las apariciones milagrosas en el cable.

Debe haber alguna maldita razón por la que los dueños de las señales no la entregan con periodicidad, a pesar de lo que les cobran a sus abonados, y no faltará la ocasión para que la televisión pública se haga cargo de esta imperdonable falencia, la pase de modo gratuito y espero que no doblada.

Como el otro día se publicó en todos los diarios del mundo que el presidente Obama era un fan de la serie y que felicitaba a su creador, Mathew Weiner, por el éxito obtenido, la consagración parece casi excesiva.

Pero les aseguro que es difícil no admirar a los actores y actrices y al libreto escrito por 9 guionistas que se hacen cargo de 13 episodios por año, a los directores que se reparten los capítulos, elogiar los decorados que miman una agencia de publicidad entre finales de la década del 50 y mediados del 60, acompañar en el vicio a la cantidad de cigarrillos que se fumaban hasta en los hospitales, y asombrarse ante lo que beben los personajes que a las 10 de la mañana se sirven un Jack Daniels, o un Jim Beam, o un Four Roses, o cualquier otro bourbon, y a la tarde, a las 17.30, después del horario de oficina, paladean un par de vasos del imperdible Old Fashioned que consta de: una generosa medida de bourbon, una cáscara de limón, unas gotas de bitter Angostura, un terroncito de azúcar, hielo, y luego sí, aparecen las rubias, las flacas, las pechugonas y las continuas intrigas corporativas, el poder de los magnates rodeados de sus adulones, la lucha por sumar clientes a sangre y fuego, el insomnio de los creativos por inventar campañas entre gallos y medianoche y el tormento existencial de Don Draper, el extraño personaje de la serie, decía, es difícil no admirar todo esto que no deja resto para la indiferencia.

¿Cómo nacen esos personajes que nos remiten a la vida y no a un relato en el que la repetición de lo mismo día tras día es imprescindible para colmar la pauta publicitaria? Es evidente que nuestras telenovelas construyen la historia de acuerdo con las mediciones.

Los personajes vaciados de realidad aparecen y desaparecen cuando se les ocurre a los titiriteros que manipulan los hilos de la historia. El culebrón tiene sus reglas y su tradición. A veces nos atrapa. ¿Pero se podrá algún día presentar de un modo apasionante las escenas de la vida ordinaria, con su locura y desgaste, sin que medie un mensaje pastoral o alguna perversión de manual?

Otro día escribo sobre algo nuestro que es de lo mejor: Para vestir santos.


Tomas Abraham escribió esto para las vacaciones de invierno. Tomas Abraham dice que es filósofo. ¿Filósofo de qué?



jueves, 1 de julio de 2010

“El teatro es un hecho colectivo y solidario”



Arturo Bonín y Susana Cart, en una charla reflexiva con Carla Czudnowsky, hacen un recorrido histórico por la historia del teatro como forma de resistencia durante los años de la dictadura. Y hablan de su compromiso con la comunidad,su carrera y su trabajo en Teatro por la Identidad.

Arturo Bonín es reconocido por ser un tipo comprometido. Un militante desde la cultura. Un ocupado y preocupado por “hacer obra”, y no sólo de teatro. Inquieto y autogestor de proyectos varios. Amén de tener que cumplir con las obligaciones económicas como todos, siempre intenta elegir “proyectos nutritivos” para sí y la sociedad. Hizo tanto cine como teatro. Viene de interpretar, nada más y nada menos, que al político radical Arturo Illia. Y en televisión ha participado de ciclos míticos como Yo fui testigo y, más recientemente, Televisión por la Identidad y Vidas robadas . Además, desde hace diez años, forma parte del proyecto Teatro por la Identidad, junto a su mujer la actriz Susana Cart.

Tiene en su haber 44 años de oficio. En 1959 arrancó en Villa Ballester con sus primeras clases de teatro, con 16 años y mientras estudiaba para químico de la alimentación. Fue literalmente “arrastrado”, hay que decirlo, no por una irrefrenable pulsión creativa ni una desmedida necesidad de expresarse, sino porque su amigo del barrio, Rody Tevez, le aseguró que en el curso “había un montón de minas”.


“Y sí. Porque quería levantar minas, no había otra alternativa... pero tengo que decir que se me partió la cabeza. Descubrí otro mundo. Otras cosas.”

–¿Tus viejos tenían algo que ver con el arte? ¿Qué opinaban?

–Mi viejo era colectivero, mi vieja ama de casa. Al principio, mientras estudiaba, todo bien. Pero cuando le fui a plantear a mi viejo que yo quería dejar Química para estudiar otra cosa, me dijo: “¿Lo que quieras, mientras estudies yo te banco, no hay ningún problema…” Cuando le respondí “teatro”, me llevó al médico ( risas).

–¿Buscando qué?

–Yo, a esta altura del partido sospecho que deseaba que hubiese algún problema, escuchar: “Tu hijo es trolo”. Porque estudiar teatro era una cosa rara…

–Si hacías danza, directamente te mataban. Ni llegabas al médico.

–Creo que no me hubiese animado a decirle. Me cagaba a trompadas. Pero me llevó al médico y el médico le dijo: “Es normal, quiere hacer teatro, nada más”.

–Le tendría que haber agregado: “Puede ser que sea zurdito” ( risas).

–Mi viejo ero filocomunista. Se había afiliado al PC en algún momento. Entonces, por ese lado, es como que mucho no le hubiera desentonado.

–Quizás de ahí te vino ese gen tuyo...

–Puede ser, pero mi vieja era bien gorila. Yo los domingos iba a ver los partidos de fútbol en la tele de la unidad básica. Tenía unos 12 años y me acuerdo que ponían una tribuna de madera para la gente y había un televisor en blanco y negro. Y mi vieja me preguntaba: “¿Adónde vas?”. “Voy a ver el partido a la unidad básica”, le respondía y me decía: “No hables con nadie” ( risas). ¡Imaginate!: ¡No hables con nadie! ¡A ver si todavía me afiliaban!

–¿Y con quiénes estudiaste?

–Yo nunca tomé clases de teatro. Cuando lo hice, fue en el contexto de un seminario de un grupo que llamó a un profesor. Pero nunca fui a una escuela ni me inscribí en ningún curso. No, no le puedo echar la culpa a nadie ( risas).

–Durante los años ’70, en la dictadura, los grupos de teatro independientes estaban muy vinculados al compromiso social, al trabajo comunitario y muchos, incluso, estaban politizados. A vos, en el medio actoral, se te identifica como un tipo “comprometido”. ¿Cuándo aparece ese compromiso?

–Yo descubrí que el teatro es un hecho colectivo y solidario. Esto es lo que yo trato de imponer, o de ponerle en la cabeza a los que se acercan y me preguntan si doy clases. Cuando te sumás a un grupo de trabajo, ves que el crecimiento se hace real a partir de la dinámica grupal. Trasladalo a la vida cotidiana: no podés no escuchar al otro, no prestarle el oído. Creo que el teatro tendría que ser una materia obligatoria en los colegios para estimular este tipo de cosas. Porque en las sociedades donde el individualismo y la actitud autista están primando, desaparece el hombre. Te transformás en una maquinita, en un hecho casi onanista. Y yo creo que el teatro tiene que ver con lo orgiástico y no con lo onanístico.

–Te cambio de tema. Hablemos de la resistencia desde el teatro durante la dictadura. De la experiencia de Teatro Abierto, un espacio donde se podía hablar de las cosas que estaban pasando...

–Y que no se podían decir tal vez públicamente.Yo venía del teatro independiente. Había formado parte muchos años con Susana (Cart, su mujer) del grupo Teatro del Centro, en los años ’73 y ’74 . Tenían un origen común con Teatro Abierto. Igual que el Payró, La Fábula y el Nuevo Teatro. En ese momento, Balbín dijo que “Teatro Abierto fue una multipartidaria antes de la primera multipartidaria”. Fue la posibilidad de pensar que la unión hace la fuerza. Fue la posibilidad de pensar que ya se había llegado a un punto que era intolerable que una casta de hijos de puta, borrachos al servicio de intereses económicos multinacionales, nos estuviesen manejando. Entonces, la única forma de arrancar con esto, era la queja. Y creo que arrancó como una queja y una crítica a la realidad, y como un llamado a la reflexión a todos nosotros.
Al hacer teatro político, para decirlo de alguna manera, estábamos más en contacto con la realidad. Hemos tenido compañeros desaparecidos, compañeros de nuestro teatro que fueron secuestrados por la policía.

–Hubo un momento de listas negras, fue el momento de los perseguidos por la Triple A, de la bomba en el Teatro Estrella, donde ahora creo que está el canal Crónica. ¿Esto ocurría al mismo tiempo?

–Era al mismo tiempo, era al unísono…

–Y a los que iban a buscar, a los que desaparecían, ¿era por su compromiso político o simplemente por la movida cultural y lo que eso implicaba en la sociedad?

–Yo creo que había varios elementos. En una época era más peligrosa una máquina de escribir que una ametralladora. Un anónimo o un comentario desafortunado o intencionado de alguien podía llegar a algún lugar, y esa persona era chupada y desaparecida.

–¿Tenías miedo en ese momento?

–No nos dábamos cuenta. Seguramente sí tenía miedo. Pero ¿qué íbamos a hacer? ¿Me iba a quedar en mi casa y no salir a la calle? Porque si dejás que el miedo te gane, no hacés teatro, ni hacés nada.

–¿Había una militancia desde la cultura?

–Exactamente. Esa era la idea. Porque además, y esto es lo que a mí me preocupa desde algún lugar, ¿cómo podría colaborar yo en algo que me trascienda, que me exceda en forma ampulosa, para el bien común? Entonces si desde lo que sé hacer, puedo propender el bien común, ahí es donde me pongo. Por eso estoy en Teatro por la Identidad, yo no podría estar en un partido y ser dirigente político.

En esta iniciativa impulsada por Abuelas de Plaza de Mayo, Bonín ya cumplió diez años trabajando con su mujer, la actriz Susana Cart. Él es colaborador y ella pertenece a la Comisión.
Ambos están juntos hace 30 años gracias a lo que ellos denominan “la decisión política de vivir juntos”. Además comparten, entre otras cosas, proyectos teatrales que autogestionan y llevan adelante. Tal es el caso de la obra Hasta que la vida nos separe , que presentarán en 90 pueblos de una veintena de provincias argentinas.

A esta altura de la charla, Cart se sumó para hablar de su trabajo conjunto.

–¿Cómo fue que se incorporaron a Teatro por la Identidad?

Arturo Bonin: –Nos invitó Daniel Fanego, quien ya venía trabajando en esto, a ver un espectáculo que dirigía, llamado A propósito de la duda . Poco después, nos convocó a una reunión en el Teatro El Nudo. Íbamos en el auto y Susana me dijo: “Yo sé que Fanego nos va a pedir que integremos la Comisión”. Y le respondí: “Ni pienso”, a lo que ella me contestó: “Yo tampoco”.

–Pero, ¿vos no estás hoy en la Comisión?

Susana Cart: –¡Sí!. Mentí. Iba a aceptar ( risas).

A.B.: –Me mató. Me moría de risa yo…

–¿Cuáles son los objetivos de Teatro por la Identidad?

A.B.: –Recuperar gente, servir para que alguien que haya vivido en la mentira, pueda darse cuenta de que lo estaban estafando. Es muy duro, es muy doloroso, nosotros tenemos nietos recuperados que son amigos nuestros. Y, además, son hijos de una generación diezmada… de mi generación. Y poder colaborar para recuperar a los hijos de aquellos que hoy no están, algunos de ellos amigos míos, es muy fuerte…

S.C.: –Además uno pasó muchos años muy asustado. No podías hablar con cualquiera porque no sabías quién era quién. Y creo que esto es reivindicatorio. Aparte, es como utilizar la profesión no solamente para entretener o para vivir –que es muy importante–, sino para prestar un servicio.
El planteo que nos hicimos al sumarnos a Teatro por la Identidad, desde un principio, es que nosotros no hacíamos discurso político. Eso se lo dejábamos a las Abuelas. Nuestra única herramienta era el teatro. Y nuestra llegada a los jóvenes, en ese momento de 18 a 25 años y ahora ya adultos, tenía que ser desde otro lugar: desde la emoción, de las ideas, de provocar identificación.

–¿Cómo funciona exactamente?

A.B.: –La clave es la duda. Generarla. Acercar elementos que funcionen como disparadores. Algo así como: “A ver, esto que me está pasando a mí, ¿con qué lo puedo juntar?”. Eso que le está pasando, lo tiene en un lugar instalado, lo coteja con el otro. “¿A vos te pasa lo mismo?” “Sí”. Entonces, por acá es la cosa.

S.C.: –En el 2000, la temática era la contención directa. Después ampliamos la propuesta y el tema pasó a ser “la identidad”. Porque si no, era demasiado acotado y, además, así le damos al autor de las obras una mayor posibilidad de crear un material más rico.
Todos los años vienen 5.000 personas a Teatro por la Identidad, y la pregunta en algún momento fue: “¿Serán siempre los mismos?”. No sabemos, se va renovando el público, pero ya saben a qué van.

–Probablemente los chicos que fueron apropiados y que todavía no lo saben, o que lo dudan, o que no se animan, tengan treintaipico. ¿Qué crees que van a buscar los veinteañeros?

S.C.: –Curiosidad. Porque no tienen información sobre la dictadura, lo qué pasó o de qué se trata la apropiación de chicos. Hace algunos años, los nietos empezaron a colaborar con nosotros, y entonces cuando termina la función, se sube una abuela y ya provoca una reacción. Pero cuando se sube un nieto, esta idea abstracta de la apropiación se transforma en una persona que cuenta su historia en primera persona. Y dice, por ejemplo: “Hasta hace cuatro años yo me llamaba tal y tal, había nacido tal día, tenía tal signo en el horóscopo. Pero a partir de la participación de Abuelas, yo sé que en realidad soy fulano, que nací tal día, que tengo tantos años”. Es muy fuerte eso. Ver a alguien ahí que te lo dice, como Juan Cabandié que en la Esma dijo: “Yo nací acá”. Para mí eso fue demoledor.

–¿Por qué creen que los más jóvenes se interesan justo ahora?

A.B.: –Porque el Estado se está haciendo cargo de una cantidad de cosas.

S.C.: –Yo creo que el gobierno de los Kirchner (el de Néstor y el de Cristina) abrió una compuerta a una temática que era tabú, que estaba siendo ignorada, invisibilizada. Era una temática de la que nadie hablaba. Y ellos se metieron en el barro, y nos metieron a todos, y esto provocó una reacción social.

–¿Cómo definirían cada uno de ustedes la palabra identidad?

S.C.: –Nosotros tenemos una costumbre en Teatro por la Identidad. Cada vez que hacemos algo público, la persona que habla se presenta por su nombre y dice quién es. Por ejemplo, en mi caso: “Mi nombre es Susana Cart, y puedo decirlo porque sé quién soy. ¿Y por qué digo que sé quién soy? Porque sé quién es mi papá, sé quién es mi mamá, porque vi fotos de mi mamá embarazada, porque me parezco en algo, cosas que me gustan y que no me gustan…”. Ésa es la identidad de una persona.

–Ahora que hablamos de lo que le pasa a muchos nietos… ¿Qué piensan que deben sentir Felipe y Marcela Noble?

–Por un lado pensás “pobrecitos” porque es lo primero que me surge y, por otro lado, digo: “Están tan manchados, están tan condicionados, están tan presionados, han aceptado tanto la voz del amo, desde algún lugar, que les debe costar mucho sentir y saber qué quieren. Por eso es interesante lo que plantea la ley del ADN, que establece que no es necesario que alguien vaya a sacarse sangre.

S.C.: –Eso es importante porque le quita culpa, le saca la responsabilidad. Hay muchos casos donde ellos mismos han tenido contacto con Abuelas, y que no quieren denunciarlos porque saben que sus apropiadores van presos, y están esperando que se mueran. Claro que es una pena, porque también las Abuelas y sus familiares se van muriendo.

Además de la pregunta de sentido común que nos hacemos todos. Si realmente tienen tanta seguridad de que no son, se hubieran sacado de encima este problema. Un caso como éstos, normalmente, se resuelve en un año.

–Es verdad que con el tiempo, las Abuelas se van a ir muriendo. Pero, a través de Teatro por la Identidad, ustedes van haciendo escuela...

A.B.: –Sí, por suerte. Y van a perdurar en el tiempo gracias a esta iniciativa. Porque si siguen existiendo jóvenes o adultos apropiados, nuestra tarea no termina. A lo mejor, yo no estaré dentro de una cantidad de años más, pero habrá otros que sí. Es lo mismo que dicen las Abuelas. Ellas saben que los nietos van a seguir con esta tarea.

S.C.: –Tengo muchas esperanzas porque, al principio, por ahí aparecían dos o tres nietos por año y, de pronto, en un año aparecieron ocho. Y creo que, en la medida en que el Estado y la comunidad se hagan cargo, cada vez más, se van a animar a hacerse preguntas.

A.B.: –Un solo chico con la identidad truchada, y nuestra identidad colectiva está truchada. Y creo que ya es hora de saber quiénes somos. Todos y cada uno. Recién ahí podremos construir algo colectivo.


Nuestro encuentro terminó pero la charla me seguía dando vueltas en la cabeza. ¿Cuándo fue la última vez que me pregunté quién era? ¿Me habré preguntado, aunque sea una vez, qué pasaría si yo no fuera quien siempre creí ser? Pensé qué doloroso sería tener que destruirse para poder volver a nacer. Para ser quien de verdad sos. Para existir. Ahí, todo me encajó como un rompecabezas. Ahí, este encuentro adquirió un nuevo sentido para mí. Así como el teatro le abrió un nuevo mundo a Arturo y a Susana, quizá logre guiar a algunos de los 400 nietos que aún faltan recuperar. Nunca antes, hasta hoy, había reparado en esa frase que leí cientos de veces: “El poder transformador del arte”.







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