jueves, 29 de noviembre de 2012

¿HÉROES?






Los antihéroes son los héroes reales y creíbles de la TV global. O, por lo menos, es una lectura a la que podría arribar todo asiduo espectador de series televisivas de cable, emitidas durante la última década y media. Ya inaugurado el siglo XXI, las grandes cadenas estadounidenses reforzaron la oferta de una ola de ficciones que combinaban con destreza líneas argumentales complejas, producción cinematográfica e intriga exacerbada. Cualquier enumeración sería arbitraria. Pero series como The Sopranos, Lost, Mad Men, The Wire o Breaking Bad, entre decenas, no dejaron de sembrar “serieadictos” en esta nueva “época dorada” de la TV, heredera de modos de narrar pioneros, como el de la más antigua Hill Street Blues. Con todo, este “boom” comenzó a funcionar como caldo de cultivo para la creación de personajes protagónicos distintos, acordes con una pantalla chica renovada.

Así, si la atención se centrara en aquellos susceptibles de ser descriptos como héroes, se podría destacar tres de los que ya se encuentran elevados a la categoría de íconos: es el caso de Dr. House de la serie House M. D, Jack Bauer de 24 o Dexter Morgan, de la serie Dexter. Este trío tiene un carácter heroico innegable. En cada caso, los personajes despliegan virtudes superiores al resto de los mortales, y sus labores merecen el agradecimiento de terceros beneficiaros. House cura enfermedades que nadie logra vencer; Bauer salva nada menos que al pueblo estadounidense de las garras del terrorismo internacional, y Dexter se dedica a terminar con la vida de los criminales que una policía negligente no consigue encarcelar.

Al mismo tiempo, estos tres héroes tienen un costado ambiguo y miserable. El primero, como es conocido, hace del sarcasmo su sello personal, maltrata y se burla de pacientes y colegas; el segundo se muestra noble pero tortura a quien convenga, sean amigos o enemigos, y el tercero alcanza un goce psicológico siendo un asesino serial implacable. Todos ellos persiguen fines nobles, aunque su carácter y sus métodos sean, en extremo, poco ortodoxos. Así y todo, no se trata de caracterizaciones aisladas. Por el contrario, la incorrección política, la ambigüedad moral o el cinismo dieron forma a estos tres celebrities televisivos al igual que a muchos de sus coetáneos. Si seguimos con la lista, aparecen los muy ambiguos y ya históricos Tony Soprano, John Locke, Don Draper, Omar Little, etcétera. También hay mujeres: Patty Hewes (de la serie Damages) y Jackie Peyton (de Nurse Jackie), entre las destacadas.

Ahora bien, la multiplicación de este tipo de personajes en la TV mundial, ¿habla de la constitución de un nuevo verosímil de héroe? Es decir, ¿contribuye a la reconfiguración de la noción de lo “heroico” que se reserva el imaginario social?

La posibilidad de un recambio en el modelo podría refutarse con el argumento de que Joseph Campbell o Umberto Eco postularon que el héroe en la cultura de masas se caracteriza precisamente por su ambigüedad, su tendencia autodestructiva o por la transgresión de las normas impuestas en la sociedad, entre otras cosas.

Asimismo, si bien siempre hubo antihéroes que rompían con el canon del héroe valiente, incorruptible y desinteresado (como ocurrió con fuerza en los setenta), esa corriente estuvo lejos de ser predominante, por lo menos, para los parámetros hegemónicos televisivos.

Con todo, más allá de la validez del planteo, ¿por qué los antihéroes se convirtieron en los héroes verosímiles de nuestro tiempo? Una línea de lectura podría establecerse en el hecho de que estos personajes, más que representar los ideales de una sociedad, representan sus deseos y temores. Contribuyen al surgimiento de una nueva utopía que tiene al héroe amoral, pragmático y cínico como fuente de solución de buena parte de los problemas sociales contemporáneos. Por caso, House, Bauer y Dexter hacen lo que las tres grandes instituciones en las que trabajan, pese a sus recursos y burocracia, no logran: es decir, ellos ofrecen salud, seguridad y justicia a los ciudadanos. Los tres personajes revalorizan la iniciativa al tiempo que encarnan la falta de creencia en el rol de las instituciones. La “farsa” en la que parece haberse convertido la realidad que habitan promueve la creación de seres sin ideales, especialmente ambiguos y con un anclaje ético flexible o privado. El carácter valeroso o intachable de otras épocas se vuelve inverosímil ante las exigencias de alcanzar el objetivo buscado a cualquier precio.

Entretanto, el espectador activa su mecanismo consolatorio: sabe que alguien hace el trabajo “sucio” por él.


Periodista. Comunicación UBA.


V

lunes, 26 de noviembre de 2012

AGUANTE TELEVISIÓN X LA INCLUSIÓN






Darío Grandinetti y Cristina Banegas se convirtieron en los primeros actores argentinos ganadores del premio Emmy Internacional, que se entregó en Nueva York.

El ciclo "Televisión por la inclusión" fue premiado en la 40ma. entrega de los Premios Emmy. Además, Canal 9 repondrá los dos capítulos distinguidos.

Los actores Cristina Banegas y Darío Grandinetti vivieron una noche de orgullo y éxito en la meca de la industria televisiva norteamericana compitiendo contra 15 países. Sólo Brasil y Argentina se llevaron estatuillas. De nuestro país, sólo fue distinguida la producción de ON TV, en el camino quedó "El Puntero" de Pol-Ka.


En cada uno de sus 13 capítulos, "Televisión por la inclusión" (auspiciado por el INCAA  ─Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales─, y el Ministerio de Planificación de la Nación) abordó, con elencos rotativos, historias de corte social capaces de exponer temas relacionados a distintos mecanismos de exclusión social ejercidos por la sociedad. Bernarda Llorente, una de las responsables de ON TV, remarcó que la nominación a los Premios Emmy de Grandinetti y Banegas está "hablando de un cambio de paradigma a nivel mundial". Añadió que reviste importancia que este tipo de productos sean distinguidos, porque dan cuenta de que tienen un estándar de calidad que les permiten ser reconocidas internacionalmente.

También compitió, en el rubro cultural-educativo, la primera temporada de "Mentira la verdad", de Mulata Films, que el filósofo y docente Darío Sztajnszrajber propuso a través de Encuentro.

Este miércoles, de 22 a 0.30, en la pantalla de Canal 9, regresan los 2 programas premiados que colocaron a nuestro país como un generador de contenidos de calidad en lo conceptual y estético.







“El programa que nosotros hicimos trata de reivindicar aquellas cosas que necesitan ser reivindicadas para hacer del mundo un lugar mejor, así que agradezco haber participado de un proyecto que pone luz en aquellas cosas que necesitan ser visibles. En la Argentina los derechos humanos son política de Estado”, dijo Grandinetti.








Al ser premiada, Banegas expresó en inglés que Televisión por la Inclusión trataba en cada episodio un tema relacionado a la discriminación. De modo que es un honor para mí haber estado en un programa donde la ética y la televisión trabajen juntos”.

Cristina Banegas fue premiada por su interpretación de Paula, una madre que lucha por los derechos de su hija que sufre síndrome de down, vulnerados por una prepaga en el capítulo "Sin cobertura".




martes, 6 de noviembre de 2012

ADIOS, CHIQUITO







Temía estar solo en ese momento, pero no fue así. Terminó de apagarse poco después del mediodía, tomado de la mano por sus afectos más íntimos.

Hace dos meses, cuando la Cámara de Diputados le entregó un premio, Leonardo Favio, tal vez nuestro mayor artista popular, me pidió que lo acompañara. Fui porque el premio se lo daban a él y él fue porque el premio se llamaba Néstor Kirchner, quien le devolvió la felicidad por las transformaciones que puede producir la política y que para tantos llegó como una sorpresiva primavera. Le cautivaba Cristina y estaba orgulloso del homenaje que ella le tributó hace unos años. Como muchos, sentía como un privilegio haber llegado a vivir este presente.

Si el Chiquito te pedía algo era difícil negarse. Cuando me invitó al estreno de su última obra, Aniceto, le dije que no me sentía cómodo en esa situación social. Pero me insistió hasta la intriga. Para colmo me hizo sentar entre Fito Páez y los bailarines de la película. No había dónde esconderse. Al entrar al cine me dijo que quería hablarme cuando se encendieran las luces, como si supiera que planeaba escaparme un segundo antes de eso. Recién al final de la proyección entendí por qué me obligó a quedarme. No creo haber hecho nada para merecer que me dedicara el Aniceto, aunque él sentía que siempre estuve cuando me necesitó, desde aquellos años de mate con bombilla en la terraza en que me contaba escena por escena cómo sería su próxima película. Soy uno de los que le dijeron que no era una locura volver a filmar El romance del Aniceto y la Francisca con bailarines en vez de actores. Uno diría, ¿y qué podía importarle lo que pensara un tipo que entendía tan poco de esas cosas? Le importaba, porque era un creador tan grande como inseguro. Su cine y su música se basaban en la intuición, alimentada en el universo de su infancia y hasta su último proyecto inconcluso tiene que ver con eso, el pantalón cortito con un solo tirador y el mantel de hule. Pero como cineasta además era un obsesivo que medía y pesaba cada detalle hasta la exasperación y al Tano Stagnaro le hizo hacer cosas con el color que hoy parecen fáciles con el digital pero que entonces eran una proeza. Rita Hayworth decía que las únicas joyas de su vida eran las dos películas que filmó con Fred Astaire. Yo atesoro el guión, las indicaciones de escenografía y el disco con la música del Aniceto. Mañana quiero volver a leer ese texto y las líneas con que me lo mandó, así como hoy escucho sus canciones, de las que decía que “perdurarán mucho más allá de nuestras sombras”, por las que “me recordarán al momento de empacar para no volver”, aunque al mismo tiempo se definiera como “un compositor rasante, de tono y dominante”.

Desde los shows de su juventud siempre hablaba de la muerte, con una idea de la trascendencia que en los últimos años lo acercó a una experiencia mística de Dios y el universo. Era bastante asustadizo y cuando tuvieron que operarlo para un reemplazo de cadera, me mandó las cajas con el montaje final de Perón, sinfonía de un sentimiento, y un escueto mensaje aterrador: “Si me pasa algo vos decidís qué hacer con esto”. Pocas veces en la vida sentí tanta responsabilidad. Para rendirse ante esa obra superlativa, como casi todo lo que filmó en su vida, no hace falta coincidir con todas sus ideas políticas, y de hecho no comparto su visión del último Perón y todo lo que vino con él. Tampoco me olvido de que hoy es fácil exponer esos desacuerdos, pero cuando estas cuestiones no eran parte de la filosofía y de la historia sino de la vida (y sobre todo de la muerte, omnipresente), el Chiquito salvó la vida de una docena de rehenes a quienes torturaban guardaespaldas descontrolados el día del regreso de Perón en 1973. Una cosa es la ideología y otra cosa la decencia.

No sé si tiene alguna importancia decirlo hoy, pero mi preferida de sus películas es Gatica, el Mono. Sé que es muy subjetivo. Sobre todo en una filmografía con varios puntos altos para elegir. Esa película es la historia de la sangre, de la sangre vertida por nuestro agobiado pueblo, de la humillación y la derrota y la aridez, de la impotencia y del fracaso. Algunos críticos han señalado que su duración es excesiva. Yo no quería que terminara nunca, y la vi varias veces en una semana. Creo que sólo me había pasado antes con La conspiración de los boyardos, de Eisenstein, en mi adolescencia; con Vivir y Kagemusha, de Kurosawa; con Rocco y sus hermanos, de Visconti. Varias buenas películas han encarado el pasado terrible de este país, desde distintos ángulos, muchos encomiables. Pero me parece que nadie había conseguido una mirada tan abarcadora como la de su reflexión, de algún modo no política. Pertenece a otro orden de la realidad, establece un nexo distinto con el espectador, multidimensional, envolvente, iluminador e inexplicable, como la poesía. Y además les llega a todos, no sólo a los que saben y les importa.

Walsh abrió las primeras ediciones de Operación Masacre con una cita de Elliot, en inglés: “Una lluvia de sangre ha cegado mis ojos. ¿Cómo, cómo podría volver alguna vez a las suaves, tranquilas estaciones?”. Pero luego la sustituyó por otra, del comisario a cargo de los fusilamientos: “Agrega el declarante que la comisión encomendada era terriblemente ingrata para el que habla, pues salía de todas las funciones específicas de la policía”. Ni poesía inglesa ni la implacable precisión de los datos. La estética de Gatica para decir aquello mismo que obsesionaba a Walsh es la que el Chiquito y su hermano y coguionista, el Negrito Zuhair Jorge Jury, aprendieron de los radioteatros que hacían su mamá Laura Favio y su tía Elcira Olivera Garcés. Cuando un talento torrentoso recupera esta marca de infancia, para narrar la vida de un ídolo del más aluvional barro, amasado con lágrimas en la tierra de la Patria sublevada cuyo subsuelo Scalabrini Ortiz vio emerger aquel 17 de octubre, se produce el milagro de una ópera popular, en la que los temas más complejos pueden transmitirse de un modo accesible a todos. La obra de arte regresa al pueblo que la originó, y a su vez lo ennoblece, al ofrecerle esa nueva dimensión de sí mismo. Así se forja la cultura de una Nación, esa categoría tan desmedrada y, sin embargo, indeleble.

La antológica secuencia de la misa, con los dos cuerpos bañados en sangre y los rostros retorcidos por el dolor y el odio es una rendición de cuentas minuciosa de la infinita capacidad de infligir daño que ha sido nuestra historia, pasada y moderna, desde el fusilamiento de Dorrego en adelante. Los artistas capaces de recrear los mitos populares de ese modo deslumbrante, revelan rasgos ocultos de los pueblos, que tal vez ellos mismos ignoran.

Te despido así, con el nombre que sólo muy pocos teníamos permiso para usar, tal vez porque nos conocíamos desde que salimos de la adolescencia. Me cuesta escribir de vos en tiempo pasado. Me cuesta escribir sin llorar, mientras escucho tus canciones que alguna vez me parecieron una desviación de tu obra cinematográfica enorme y que me llevó años entender y amar como parte inseparable de una misma narrativa. Adiós, Chiquito.







cholulos