lunes, 21 de noviembre de 2011

El capricho y la tragedia




Torcer el relato bíblico, con todas sus contradicciones, ha sido y es una tarea fascinante para los creadores. Y Mauricio Kartun lo asume con esta Salomé, que aterriza en la pampa argentina atravesada por un erotismo violento y criollo.





Un erotismo violento, criollo y bíblico atraviesa a esta Salomé que aterriza en la chacra familiar. Proviene de Londres pero habla francés. Se diría que es la típica hija de hacendado, pero no. La obra insinúa una parodia de parodias, y habrá que descubrir caminos entre tanta fabulación y retazos de historia. Torcer el relato bíblico, con todas sus contradicciones, ha sido y es una tarea fascinante para los creadores. Dramaturgos, compositores, artistas plásticos y escritores de distinta época y geografía hallaron inspiración en esta mujer fatal de la narración evangélica. Algunos se atrevieron a compararla con Judith, la heroína judía que decapitó al general asirio Holofernes para salvar a su pueblo. Una arbitraria equivalencia nacida, acaso, del estremecimiento que provoca el degüello de un hombre a manos de una mujer, o instigado por ella.

Bromeando sobre embutidos se menciona al salame de chacra. Apenas un cambio de vocal y un acento para que surja el nombre de esta hija de patrones que desea apropiarse de aquello que no podrá poseer nunca. Su capricho fuerza la tragedia. La cabeza de Juan Bautista será suya. No la del predicador y asceta judío que cuenta la literatura religiosa, sino otro. Aquí, el dueño de “la voz que clama en el desierto” es un ácrata, “el profeta rojo”, “la Broadcasting agitadora”, según califica el padrastro de la bella Salomé, un Herodes trasmutado en chacarero adicto al alcohol, flojo y despechado. Su pretensión es corregir al prisionero Juan Bautista y transformarlo en devoto de una Constitución Nacional que él no duda en violar.

A este Herodes sin relación con el tetrarca de Galilea que mandó asesinar a niños y degollar al Bautista profeta, el autor Mauricio Kartun lo instala en un día “festivo”, el de la carneada, ritual que anticipa una abundante parrillada. Otra inseparable de la historia es la enviudada madre de Salomé, Cochonga (Concepción), después mujer del cuñado Herodes, al que trata de mantequita; y Gringuete, el peón fiel a su patrón. Este andamiaje teatral se inserta en el mundo rural, y para hacerlo más afín se eligió una escenografía a tono: chapas acanaladas a modo de paneles y vistosos altares populares con profusión de flores y elementos camperos. Un paisaje en el que no falta el aljibe seco, invención y remedo de la fortaleza de Maqueronte, donde los esbirros de Herodes cercenaron el cuello de Juan Bautista.

Atravesada por tanta historia, mito y leyenda, las verdades que proclama el Bautista aún no despojado de su cuerpo y la perversión de esta Salomé instigada por su madre vaticinan el final. Gringuete lo adelanta cuando, en su migración a relator fantasma, señala que la tragedia arranca en el transcurso de la faena, cuando el sacrificio de los animales se prolonga hasta el atardecer y “el campo hiede a sangre”. Su relato da forma al conjunto, a lo que se dice y hace, a los anacronismos, a las expresiones populares dichas con intención cómica (entre otras, la televisiva “le pertenezco”, de Gianni Lunadei) y a otras disparatadas alocuciones del presente. Se trata de un lenguaje de tonalidades diversas y secretos no revelados que siguen sorprendiendo en las obras de Mauricio Kartun, como sucedió en su lejana y excelente Rápido nocturno, aire de foxtrot.

En el papel de Herodes, Manuel Vicente se supera actoralmente al internarse en las ambivalencias de su personaje y Stella Galazzi afirma su creatividad, componiendo a una Cochonga venenosa, rápida para lanzar maldiciones y propiciar finales abruptos. Osqui Guzmán despliega todas sus artes en el rol de Gringuete, el peón que carnea “él solito” a cientos de animales, y se enamora de Salomé. Pero no es todo. Como si fuera una segunda persona, hace las veces de relator del prólogo y el epílogo, necesario en una fábula donde la sangre mancha incluso a las sombras. Lorena Vega se destaca interpretando a una Salomé transfigurada por el deseo de adueñarse de la cabeza de Juan Bautista, “el cofre perfecto de la palabra preciosa”. Para lograrlo, erotiza con su “bailecillo” a Herodes y lisonjea a Gringuete: “Hacer parte lo que era todo. Sos Dios”, le dice al matador. Esta es apenas una de las innumerables ironías que cruzan a Salomé de chacra, donde lo único que resiste el paso del tiempo es el desprecio del profeta.

Con asidero en la historia argentina, la obra desanda invenciones y hechizos, y rescata “voces en el desierto”, palabras cuyo destino es ser vaciadas. En este trabajo de Kartun, también director, se lucen todos. Norberto Laino acierta con una escenografía de altares populares, cuyo contenido se constituye en relato visual; en tanto Alejandro Le Roux atrapa climas con su juego de luces y Tian Brass aporta intensidad desde su diseño sonoro a cada uno de los cuadros de este rompecabezas al que le faltan piezas, como suele suceder con las puestas que no dejan al espectador en el lugar del intruso.




SALOMÉ DE CHACRA

De Mauricio Kartun

Elenco: Osqui Guzmán, Manuel Vicente, Lorena Vega y Stella Galazzi

Diseño de escenografía y realización de elementos: Norberto Laino

Iluminación: Alejandro Le Roux

Vestuario: Gabriela A. Fernández

Diseño sonoro: Tian Brass

Supervisión de movimientos: Luciana Acuña

Coordinación de producción: Beatriz Borquez

Asistencia de dirección: Rubén Pinta

Asistentes en distintas áreas: Lorena Ballestero, Estefanía Bonessa y Maite Corona

Dirección: Mauricio Kartun

Lugar: Sala Cunill Cabanellas del Teatro General San Martín, Av. Corrientes 1530. Funciones de miércoles a sábado a las 21, domingo a las 20. Localidades: 45 pesos, miércoles populares: 25 pesos. Duración: 90 minutos. Tel. 0-800-333-5254




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