domingo, 1 de febrero de 2009

Sean Penn



Sean Penn ganó el Oscar por su actuación protagonista en "Milk", la dramática biografía política de Harvey Milk en su lucha por los derechos de los homosexuales. Antes, había ganado su primer Oscar en 2004, tras el estreno de "Río místico" (2003). La película también se llevó la estatuilla de mejor guión original.


Sean Penn se llevó el domingo 22/2 el Oscar al mejor actor por su interpretación del fallecido activista de San Francisco por los derechos de los homosexuales Harvey Milk en la película "Mi nombre es Harvey Milk" y utilizó su victoria para defender el derecho a casarse de las parejas del mismo sexo.

Penn, de 48 años, logró el segundo Oscar de su carrera, tras el que consiguió en 2004 por su papel de un padre angustiado en "Mystic River".

"Rojos, amantes de los gays, hijos de las armas", dijo el actor de lengua afilada a la audiencia mientras recibía su premio. "No esperaba esto (...) Sé lo difícil que os pongo que me apreciéis".

El retrato del actor heterosexual de un político abiertamente gay fue muy oportuno, ya que la película se estrenó poco después de que las parejas homosexuales de California perdieran su derecho a casarse en un referéndum.

"Creo que es un buen momento para que los que votaron para prohibir el matrimonio gay se sienten y reflexionen y anticipen su gran vergüenza ante los ojos de sus nietos si continúan así", declaró Penn.

"Tenemos que tener los mismos derechos para todo el mundo".

Penn, que tiene una imagen de tipo duro que se remonta a sus choques con los paparazzi al principio de su carrera, evocó de forma convincente el legendario encanto de Milk, que murió tiroteado en 1978 en el Ayuntamiento de San Francisco.

Presentando a Penn como candidato, el actor Robert De Niro bromeó: "¿Cómo consiguió Sean Penn durante tantos años todos esos papeles heterosexuales?".

Varios críticos calificaron la interpretación de Penn como la mejor de la ya celebrada y versátil carrera del actor.

La competición de este año en la categoría del mejor actor se preveía que fuera una batalla entre Penn y Mickey Rourke, un actor que consiguió un destacado regreso como un atleta envejecido que intenta seguir en el ring en "El luchador".

"Mickey Rourke resucita", declaró Penn. "Y es mi hermano".

Penn se llevó el galardón del Screen Actors Guild al mejor actor este año y un montón de premios de la crítica. Su candidatura al Oscar por "Mi nombre es Harvey Milk" era la quinta en la categoría de mejor actor.


Sean Penn fue un enemigo acérrimo de George W. Bush, al que fustigó una y otra vez.
“Es como el diablo, pero tonto”, dijo de él.


El actor que no tiene pelos en la lengua...

Hubo un tiempo, ya lejano, en que había pocas dudas respecto a que el mejor actor del cine estadounidense tenía la cara y la voz de Marlon Brando. Pero la última vez que a Marlon Brando le preguntaron sobre uno de los oficios más viejos del mundo, su respuesta fue contundente. “El mejor actor vivo del cine se llama Sean Penn”, dijo. Brando se fue de este planeta hace un lustro, en el 2004. Ese mismo año, un día como hoy, Penn ganó el Oscar a la mejor actuación por su im-pre-sio-nan-te labor en Río místico, una sólida película con la firma de Clint Eatswood.


A la hora de agradecer el premio que alguna vez Brando recibió en una reserva indígena, en uno de sus típicos gestos anti-establishment, Penn pronunció unas breves, modestas y significativas palabras, ante la aldea universal de la transmisión televisiva. “Si hay algo que los actores saben bien es que, así como no existen las armas de destrucción masiva, no existe una mejor actuación”, dijo. Era el momento en que el presidente George W. Bush intentaba convencer al mundo sobre la existencia de armas químicas en Irak, buscando justificar la invasión disfrazada de intervención.


Penn había estado dos veces en Irak, y era a esa altura algo así como el enemigo público número 1 de los republicanos. Si Penn ganase esta noche, como merecería, su segundo Oscar por su actuación en Milk, quedaría tan claro como siempre que los presidentes pasan, pero los artistas quedan y que Hollywood ya no puede seguir castigándolo por no tener pelos en la lengua. Antes de dejar la presidencia en las manos de Barack Obama, Bush admitió en público que las armas químicas iraquíes no existían, en un gesto que tuvo mucho más de hipocresía que de valentía.


Nacido en Burbank, California, en 1969, en el corazón de una familia de artistas, Penn es el más radicalizado del grupo de actores y actrices estadounidenses que batallaron duramente contra la administración Bush y sus dislates imperiales. Alineado con Tim Robbins, Danny Glover, Susan Sarandon y Jack Nicholson, entre otros famosos, Penn se divirtió hostigando en público al ex presidente –“Es como el diablo, pero tonto”, lo definió– pero además dio pasos personales decisivos para no ser sólo un hábil declarante. En ese sentido, le puso el cuerpo a las causas que consideró nobles, escribió artículos demoledores en los diarios más importantes de Estados Unidos, batalló desde los medios electrónicos a capa y espada, y en el marco de su incipiente pero sólida carrera como director de cine rodó un episodio del film colectivo 11-09-01. Once de septiembre, por el que obtuvo el máximo galardón del Festival de Venecia y un premio de la Unesco. Dueño de un espíritu inquieto y combativo, a veces provocador, Penn estuvo en octubre pasado en Venezuela, aceptando una invitación del presidente Hugo Chávez, al que acompañó en la inspección de un gaseoducto y luego viajó a Cuba, donde entrevistó a Raúl Castro, para el diario neoyorkino The Nation.


Sean escribe con estilo, con orgullo, casi siempre en primera persona. Luego de su segunda visita a Irak, y en medio de un enorme revuelo mediático, en que recibió todo tipo de epítetos y acusaciones, publicó un artículo en que preguntaba a la sociedad estadounidense si estaba segura de que el país debía convertirse en la policía del mundo.


“En 1938 William Saroyan escribió: ‘Cuando permitimos que orgullosos asesinos se atrevan a definir nuestros valores, sólo muerte y crimen pueden habitar nuestros sueños. No podemos dejar que nos fuercen a escondernos, que nos asusten. No podemos ser menos que ayer. Y no podemos sentarnos tranquilos. No si amamos nuestros hijos’. Yo no soy demócrata ni republicano ni verde: no estoy alineado con ningún partido. Sin embargo, como ciudadano educado en la escuela pública, recuerdo con nostalgia aquella época en que después de la primera campana, todos los muchachos y muchachas nos poníamos de pie, con la mano derecha en nuestros corazones, y prometíamos lealtad a nuestra bandera. La bandera que me tomó tanto tiempo amar parece ser ahora sinónimo mundial de asesinato, de avaricia y traición, en una afrenta a nuestros principios, nuestra historia honrada, nuestra constitución y nuestros padres y madres”.


Cuando los medios vinculados al partido republicano redoblaron sus ataques contra él, Penn concurrió al programa televisivo de Larry King para denunciar con nombre y apellido a los políticos que se enriquecerían con la reconstrucción de la Irak devastada por sus propias decisiones.


En Milk, la película de Gus Van Sant urdida en torno de su emocionante actuación, Sean se mete de lleno en la piel de un político, pero uno bastante especial: el primer gay elegido para un cargo público en toda la historia estadounidense. En el papel más difícil de su carrera, luce al máximo su capacidad de caracterización: no cae en lugares comunes, no es complaciente, no hace mariconadas. Le saca el juego a su Harvey Milk con un compromiso y una entrega que impresionan, como si se hubiese zambullido en una vida radicalmente diferente a la suya para obtener de la indagación un poco de paz consigo mismo.


Es que si algo le ha sobrado en la vida a Penn es testosterona y carácter masculino: durante la primera mitad de su vida pública las noticias sobre su accionar aparecían más en las páginas de policiales que en las de espectáculos. Atormentado por su matrimonio con una celebridad planetaria como Madonna, en el segundo lustro de los ’80 sus peleas y bataholas con fans pesados, periodistas chismosos y paparazzis eran más frecuentes que las buenas películas. Sufrió por eso tres condenas judiciales y lo que después definiría como un acoso de “la industria del juicio”. En un momento incluso anunció que no actuaría más, aunque la decisión le duró sólo tres años.

Cuando Madonna saltó a la próxima cama, de a poco Penn fue tranquilizándose, acaso porque iba creciendo.
Luego de un romance corto con Susan Sarandon y de algunas correrías animosas con que despedía su larga adolescencia, a los 30 conoció a la actriz Robin Wright durante el rodaje de El clan de los irlandeses, de Phil Joanou, y con ella terminó construyendo una familia que resultó un dique de contención para su espíritu belicoso.

De allí en adelante, el ex surfer revoltoso lleno de tatuajes que era cholulo del escritor maldito Charles Bukowski se convirtió en una persona distinta, como si hubiese decidido refundarse. Que ama a sus amigos es seguro: a su segundo hijo con la linda de Robin le puso de nombre Hopper Jack, en homenaje a sus amigos veteranos Jack Nicholson y Dennis Hopper, que en 1967 casi inventaron el cine independiente estadounidense filmando Busco mi destino, con Peter Fonda de protagonista.


Sean Justin Penn creció en el seno de una familia artística. Fue el segundo hijo del matrimonio formado por el actor y director Leo Penn (1921-1998), de extensa y prolífica trayectoria eminentemente televisiva, y la actriz Eileen Ryan, una secundaria todoterreno de dilatada labor. Su hermano mayor, Michael (1958), es cantante y compositor, autor de varias bandas sonoras y también actor ocasional, mientras que Christopher, Chris (1962), el menor, fue un carismático actor, hasta que murió trágicamente, por una sobredosis de fármacos hace dos febreros.

En 1970 la familia fijó su residencia en Malibú, donde Sean, con las playas a mano, se convertiría en fanático del surf. Por entonces, parecía más interesado en seguir los pasos de su hermano mayor, formando una banda rock, que en dedicarse a la profesión de sus padres. Pero cuando terminó sus estudios secundarios en el Santa Monica High School, decidió no ir a la universidad y dedicarse a… arreglar autos en un taller mecánico.

Sus padres lograron convencerlo de que tenía talento para algo más que las bujías, aunque debieron hacer uso de mucha paciencia: no era fácil dialogar con aquel chico revoltoso y orgulloso de más.
El joven revoltoso estudió interpretación en el Group Repertory Theater de Los Ángeles, con una profesora de arte dramático llamada Peggy Ferry y con apenas 20 abriles se mudó a Nueva York. Pronto consiguió debutar en el off-Broadway con Heartland (1981), de Kevin Heeland, que se mantuvo en cartel apenas cuatro semanas. No volvería a subir a un escenario hasta la primavera de 1983, con The slab boys, de John Byrne. Pero por entonces ya estaba convencido de que su carrera estaba en el cine, y volvió a California.

Sus primeros filmes en la fábrica de sueños fueron Taps. Más allá del honor (1981), de Harold Becker, Aquel excitante curso (1982), de Amy Heckerling, y ya como protagonista, Bad boys (1983), un drama carcelario de Rick Rosenthal en el Qque se intuía ya el gran actor que había en él. Una publicación de la época lo incluyó entre los doce jóvenes con más futuro de Hollywood. No se equivocaba, pero el rebelde de aquellos años daría varios tropiezos antes de convertirse en el preferido de Marlon Brando.


Así como escribe artículos y defiende las causas que cree nobles, Penn ha dirigido cuatro películas, además del episodio premiado en Venecia. Extraño vinculo de sangre (1991), Cruzando la oscuridad (1994), El juramento (2001) e Into the Wild (2007) hicieron evidente que detrás del actor famoso hay un hombre con una serie de ideas visuales muy interesantes. Como intérprete, está claro, ha ido logrando niveles de expresividad, tensión y contención dramática poco comunes. Hoy, a la hora de pensar en los grandes actores, al lado de Penn Al Pacino, Nicholson, Robert De Niro o Dustin Hoffman parecen caricaturas de sí mismos. Pena de muerte (1995), de Tim Robbins; La delgada línea roja (1998), de Terrence Malick; Dulce y melancólico (1999), de Woody Allen; Yo soy Sam (2001), de Jessie Nelson, y 21 gramos (2003), de Alejandro González Iñárritu, son algunas de las películas más importantes de su madurez como actor consagrado.

En los últimos años cosechó, además, los grandes premios de Europa, que raramente van a parar a manos de estadounidenses.
El Oso de Plata en el Festival de Berlín, la Palma de Oro en el de Cannes, la Copa Volpi en Venecia y el premio Donosti del Festival de San Sebastián 2003 por el conjunto de su carrera son algunos de esos galardones. Distendido y atento a las pulsiones del país vasco agradeció el premio de San Sebastián con una de sus habituales ironías y seguro de que era algo temprano para ser premiado por el conjunto de su obra, ya que le queda aún mucho hilo en el carretel. “Es bueno que te lo den al principio de tu carrera ¡Lo que habría dado de sí George W. Bush si hubiese ganado el Premio Nobel de la Paz a los diez años!”, bromeó entonces.

Si esta noche tiene su minuto de aire para agradecer el segundo Oscar de su carrera, tal vez valga la pena escucharlo. Pero a nadie le llamaría mucho la atención si directamente no fuese. Penn es así.



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