jueves, 8 de octubre de 2009

"Ningún premio me quita el sueño"



Ni la fama de actor de culto local, ni la carrera con proyección internacional lograron obnubilarlo. Ricardo Darín todavía mantiene la franqueza y la espontaneidad del chico de barrio que fue. Cómo no creerle entonces que no se le movió un pelo de su abundante cabellera nevada cuando se enteró que las dos películas que protagoniza fueron preseleccionadas para competir por el Oscar. “No me pone nervioso ni ansioso. Sé que sirve para promocionar los filmes. El de Campanella no lo necesitaba, en cambio sí el de Trueba, porque la crítica lo trató mal”, cuenta con la voz entrecortada, ronca. No es extraña su reacción. Hace tiempo que el actor hace un culto del “anti-exitismo”, del bajo perfil, de la intermitencia. Después de ser aplaudido, suele desaparecer de la escena pública y tomarse un tiempo hasta aceptar un nuevo desafío. Entonces se refugia en su hogar, con los suyos: Florencia Bas, su mujer y sus hijos, Ricardito y Clara.

El timbre de su voz delata cansancio. Motivos le sobran. Es la cara visible de dos de las películas que deberán competir entre otras para representar a diferentes países en la competencia al Oscar a “Mejor Filme Extranjero”. Además de protagonizar El secreto de sus ojos, el filme de Juan José Campanella que representará a la Argentina, el actor es el intérprete principal de El baile de la victoria, la película de Fernando Trueba que fue seleccionada por España. Esta película transcurre en Chile y cuenta la historia de dos ex presidiarios y una bailarina muda. Es el primer trabajo de ficción, en siete años, del director de Belle époque, que ganara el Oscar en 1993. Pero los éxitos del actor argentino en España no se limitan a este doblete. El estreno de El secreto... en ese país fue un éxito: llevó 110.000 espectadores en sus primeros tres días. El filme –que quedó tercero en taquilla, detrás de Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino, y del thriller protagonizado por Bruce Willis, Identidad sustituta– recaudó 710 mil euros, y se calcula que podría llegar a los 3 millones en ese país. Es decir, cerca de 500 mil espectadores. “La tendencia es fijarse en los actores, quienes somos la cara visible de las películas. Pero hay un equipo de cien personas que trabajaron mañana, tarde y noche para hacernos las cosas más fáciles, entre ellos mi hijo. Ricardito formó parte de la producción de esta película, fue su primer trabajo”, señala con orgullo.

Chico de barrio. Se sabe que Ricardo escapa a los brillos, no es un amante de las pasarelas, las alfombras rojas, las estatuillas y las rondas de prensa interminables. Faltan cinco meses (el 7 de marzo próximo) para la gran fiesta de Hollywood, por lo que el actor intenta relativizar la trascendencia de lo sucedido: “No significa nada importante. Los países mandan una película como candidata para la selección final”, dice Ricardo desde su casa de Palermo.

–Apenas se supo la preselección de sus películas, usted intentó bajar el nivel de expectativa, ¿exageró un poco?

–Nunca dije que no me interesara, pero no me quita el sueño. Entiendo que lo que pasó es sinónimo de reconocimiento nacional e internacional. Me llena de orgullo que la gente de mi país haya elegido la película de Campanella para representarnos en la Academia. Pero la realidad es que allá va a un lote de 150 películas. Hay que ver qué pasa. Está en manos de otros.

–Dígame la verdad, ¿no le tembló un poquito el pulso cuando se enteró de las nominaciones?

–Hace veinte años me temblaba el pulso por todo. Ya no, mucho menos por un premio.

–¿Qué hará a partir de ahora?

–Esta semana comienzo a rodar por dos meses y medio, la película Noir, de Pablo Trapero junto a su mujer Martina Gusman.

–¿Terminará su año laboral bajo las órdenes de Trapero?

–Ojalá, pero tengo algunos documentales que hacer. Además, estoy pensando en la reedición de “Art” para este verano. Queremos hacerla en Buenos Aires. Todavía no hay nada concreto. Lo estamos pensando. Nos extrañamos con Germán (Palacios) y José Luis (Mazza), necesitamos volver al escenario y, sobre todo, a la obra.

–Usted es reacio a la alfombra roja, ¿lo sufrió en el Festival de San Sebastián?

–Bastante. Es muy dura la demanda de prensa con dos películas. Atendía periodistas a partir de las diez de la mañana hasta las siete de la tarde. No me quedaba otra, había que acompañar los filmes. Eso te impide disfrutar de otras cosas. Además, en los pasillos, algunos me perseguían para acercarme “el proyecto”. Fue agotador. Por las noches no dormía, me desmayaba. Por suerte estaba Flor, mi cable a tierra.



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